(Ilustración: Victor Aguilar)
(Ilustración: Victor Aguilar)
Gonzalo Portocarrero

Lo diré de la manera más rápida y contundente que pueda: en Estados Unidos la lucha por normar la compra de armas de asalto enfrenta enormes resistencias coordinadas por la Asociación Nacional del Rifle.

Esta oposición no es racional ni está amparada en razones ‘válidas’. Se trata de fantasías ancladas en la manera en que muchos estadounidenses se perciben a sí mismos. Entonces, no es que existan amenazas circulando por las calles que hagan aconsejable y necesario que cada ciudadano tenga un arsenal de fusiles, pistolas y ametralladoras en el desván de su casa o departamento.

Además, se trata de un arsenal cuya función es en gran medida imaginaria. Estas armas son utilizadas muy de vez en cuando. Y es mucho más importante el rol psicológico que cumplen que su utilidad práctica. Estas reservas son de gran consuelo, pues significan que el ciudadano cree estar investido de un superpoder, que tiene una libertad que puede hacer retroceder las normas sociales.

Por tanto, llegado el caso, ante cualquier situación que sienta como inequitativa, la persona puede recurrir a su arsenal privado para realizar, por mano propia, la justicia que siente se le niega. No tendría por qué soportar abusos o burocracias. Es una actitud que para muchos representa la gloria de ser un ciudadano estadounidense: no renunciar (totalmente) a la violencia y hacerse fuerte en la idea de que, más allá de la ley, se tienen derechos especiales amparados por la naturaleza (como sería el caso del racismo con el supremacismo blanco o del patriarcalismo).

Donald Trump lo repite constantemente: pon a América primero. Esto en los hechos significa el abandono o falta de compromiso con la ley internacional y la creación de una nación que no siente que tiene que responder por sus actos porque el fin de ellos no es el bienestar de la gente en el mundo, sino solo una supuesta grandeza estadounidense.
Aunque todo lo dicho sea muy simplificado no deja de ser esencial. Al programa de Trump se oponen intensas resistencias en toda la sociedad estadounidense. Lo curioso es que pese a todo Trump sea aún capaz de tener la iniciativa y conducir la agenda pública hacia un unilateralismo trasnochado.

Creo que la explicación más promisoria de este fenómeno apunta a la capacidad de Trump de empatar con viejas figuras de la mitología estadounidense que han recuperado una súbita actualidad. Me refiero a la figura del ‘cowboy’, tan decisiva en la formación del carácter norteamericano en los últimos 150 años.

El ‘cowboy’ no es un hombre locuaz, tiende a ser solitario y meditabundo. Su encarnación más icónica está en la propaganda de los cigarrillos Marlboro en las décadas de 1950 y 1960. Es un hombre duro que no se mete con nadie a menos que alguien se interponga en su camino. Diestro con las armas, su actitud, sin embargo, no es agresiva.

¡Pero no se confundan! En cualquier momento el ‘cowboy’ es capaz de desplegar su coraje y sus pericias bélicas. Aunque tiende a ser convocado por la ley, en realidad no es un entusiasta del orden puesto que no deja de extrañar lo salvaje e impredecible. Y es profundamente individualista. Su opción es muy tradicional.

Muchas personas consideran que el ‘cowboy’ proveyó la salvación de Europa de la barbarie nazi y estalinista. Los ejércitos norteamericanos, donde la figura del ‘cowboy’ era clave, no se dejaron amedrentar y pelearon con efectividad contra la maldad depravada de la ocupación nazi y los arrestos totalitarios del bolchevismo soviético.

Pero el ‘cowboy’ no se cuidaba. Era un hombre atormentado y autodestructivo, como se aprecia en su soledad y manera de fumar (golpea todo el cigarrillo y malogra sus pulmones).

Paradójicamente, daba la idea de que fumar no produce cáncer, de manera que su persuasiva figura ha encaminado a millones hacia una fatídica enfermedad. John Ford y su discípulo Clint Eastwood son los grandes artistas que construyeron a esos héroes anónimos en la cultura popular, a veces quizá admirables pero también cerrados a razones.

En todo caso, entre Ford y Eastwood está la inflexión que el director italiano Sergio Leone supo darle al mundo ‘cowboy’. Un hecho decisivo pero que requiere otra explicación. Esta es la psicología que parece estar de vuelta en la sociedad estadounidense.