(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).

Lo que está haciendo en su país es ponerle la cereza al pastel de una dictadura que inició Hugo Chávez, quien en una entrevista, cuando recién asumía su primer mandato, se declaró admirador de los dictadores Fidel Castro, Juan Velasco Alvarado y Alberto Fujimori. Pero su gran epónimo, aquel al que admiraba y rendía culto, fue Castro, dictador que duró en el poder prácticamente hasta su muerte, como ha sucedido con otros dictadores como Francisco Franco en España.

Chávez fue elegido por el pueblo pero poco a poco empezó a usurparle el poder. En la doctrina constitucional, con la que coinciden algunas clasificaciones de las dictaduras provenientes de la Ciencia Política, se distinguen dos tipos de usurpaciones del poder popular: la usurpación propiamente dicha y la usurpación por abuso de confianza.

La primera de ellas sucede cuando se produce un golpe de Estado a secas (que se conoce como golpe militar). La segunda, en cambio, ocurre cuando un presidente elegido por el pueblo va gradualmente acumulando poder hasta que la democracia empieza a desdibujarse y convertirse en dictadura.

Este último caso es en el que estuvo Chávez y hoy continúa Maduro. Han dado un golpe de Estado extendido en el tiempo que se acerca a su objetivo: ser total.

Lo primero que hace el dictador-usurpador es cambiar la Constitución e implantar la reelección inmediata o indefinida para lograr su meta de permanecer en el poder. Asimismo, controla los jurados electorales para ponerlos a su servicio.

Como no puede controlar a la oposición, el dictador-usurpador empieza a perseguir a sus principales líderes. Los acusa de desestabilizadores de su proyecto, enemigos de la revolución (de su “revolución”, para hablar con mayor rigor) y traidores de las causas populares. A ellos se les encarcela y tortura. Eso está haciendo ahora Maduro con Leopoldo López y otros líderes de oposición.

Ya que tiene que enjuiciar a sus opositores, controla el Poder Judicial y posteriormente a los otros organismos públicos. Pero aquí está lo más importante: pone a su servicio a las Fuerzas Armadas. Entonces se impone una dictadura cívico-militar. Esta alianza es fundamental para que el dictador permanezca en el poder.

La otra medida del dictador es agredir a la prensa independiente que se opone a sus políticas y designios para permanecer hasta la muerte en el poder. En , la prensa en su totalidad (sea escrita, radial, televisiva o por Internet) ha sido destrozada por Chávez y ahora por Maduro. Quieren periodistas a su servicio, porque el dictador se considera depositario de la verdad.

La verdad también ha sido sometida por el tirano. No tolera la crítica porque pone en evidencia sus mentiras. Tiene un desprecio supremo por los hechos y las realidades. Se trata de una conducta típica del totalitario, como bien lo describe Hannah Arendt en su libro “Los orígenes del totalitarismo”.

La última parodia de este entuerto en Venezuela es la Asamblea Constituyente recientemente elegida e integrada por chavistas y filochavistas. Una asamblea fraudulenta porque no se cumplió con el requisito previo del referéndum, porque de acuerdo con el informe de la empresa extranjera encargada de monitorear técnicamente las elecciones ha existido manipulación e inflación de votos y porque, finalmente, se trata de una constituyente con todos los poderes no solo para cambiar la Constitución (como se estila para estos casos), sino para disolver la Asamblea Nacional elegida por el pueblo, que es lo que acaba de hacer y en la que, por lo menos, aún existía algún espacio de respiro democrático.

La dictadura ya estaba consumada desde Chávez. Lo que pasa ahora es que la bota de Maduro se ha ensuciado más en un fango lleno de porquería autoritaria y corrupta.

Contra esto se ha levantado el pueblo venezolano, porque no quiere someterse a los caprichos de un dictador sobre el que pesan varias muertes. Los pueblos de América, como lo han hecho algunos en la reunión de Lima, deben condenar severamente al usurpador Maduro y a toda la estructura dictatorial que quiere consolidar definitivamente.

En esta dirección ha procedido correctamente el Gobierno Peruano cuando expulsó al embajador venezolano. Porque un embajador, ante todo, es el representante político de un Estado y, si no es de carrera, es el representante de quien lo nombró. En este caso, de un dictador que sería acusado por delitos de lesa humanidad.

También han procedido correctamente los gobiernos latinoamericanos al rechazar las palabras del presidente estadounidense, Donald Trump, sobre una posible intervención militar en el país llanero. Presión diplomática contra la dictadura es lo correcto. Pero también ayuda humanitaria para los pobres y desvalidos. Dejemos que el pueblo venezolano logre su liberación sin ninguna intervención extranjera. Dejemos que sea dueño de su destino.