"Lo que al inicio pareció ser desbordes de una personalidad carismática progresivamente derivó en radicalismo político y en afanes de exportación política de su modo". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Lo que al inicio pareció ser desbordes de una personalidad carismática progresivamente derivó en radicalismo político y en afanes de exportación política de su modo". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Enrique Bernales

Eran mis primeros años de vida universitaria cuando se recibió la noticia de la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. , país de ingentes recursos naturales y con trayectoria histórica libertaria, recuperaba el derecho popular a disfrutar de la libertad y la democracia. Para un pueblo no hay peor mal que la dictadura, tanto porque es intrínsecamente represiva, como por su tendencia al saqueo de la hacienda pública y al robo sistemático.

Por la solidez del bipartidismo gobernante (alternancia de la Democracia Cristiana y Acción Democrática) la influencia de Venezuela se expandió por el continente como ejemplo de estabilidad política, gobernabilidad con desarrollo institucional, formación de cuadros, crecimiento económico y fuerte presencia en la explotación de los recursos petroleros. En esa Venezuela democrática existía libre iniciativa, apoyo a la industrialización, empleo y progresiva conversión del país en una potencia petrolera. En esos tiempos, era habitual en los medios académicos hablar de “una Venezuela Saudí”.

Fueron muchas las veces que visité Venezuela, para participar en conferencias, seminarios, dictar clases universitarias y elaborar ponencias sobre derechos humanos, procesos de desarrollo social, planes y políticas de juventud, etc. En Caracas y en ciudades del interior como Maracaibo, Barquisimeto o las Islas Margarita, encontré siempre a peruanos que se habían instalado en ese país al que consideraban tierra de promisión, porque eran bien recibidos, trabajaban y tenían sólidos ingresos.

Bajo la democracia, las relaciones entre el Perú y Venezuela fueron óptimas, y ello facilitó un buen desarrollo comercial entre ambos países. Pero situaciones de deterioro y corrupción en el bipartidismo venezolano dieron lugar a un debilitamiento del sistema de partidos, que fue lo que facilitó el ascenso al poder de Hugo Chávez.

Lo que al inicio pareció ser desbordes de una personalidad carismática progresivamente derivó en radicalismo político y en afanes de exportación política de su modo y estilo en América Latina. El chavismo paulatinamente se convirtió en intolerancia y proclividad al autoritarismo. Cuando Chávez falleció en marzo del 2013, poco quedaba de democracia en Venezuela.

Para mala suerte del pueblo venezolano, su sucesor fue un personaje lamentable: , caracterizado por su incapacidad para entender los valores y el respeto a la dignidad humana. Además, negado para manejar con inteligencia, tolerancia y responsabilidad el ejercicio de la presidencia de un país. El daño que Maduro viene haciendo a Venezuela es inconmensurable. En la galería de déspotas y dictadores, todos despreciables, Maduro debe estar, seguramente, entre los primeros puestos en el ránking de los peores.

La capacidad de un gobernante que se comporta como un sátrapa lo lleva a insultar y a agredir a su propio pueblo, a los opositores de su gobierno y a los gobernantes que denuncian su comportamiento y hacen votos para que Venezuela recupere su libertad. Más de 120 personas, la mayor parte jóvenes, han perdido la vida, asesinadas por la guardia pretoriana que ha creado Maduro, quien es responsable, por tanto, de apoyar una violencia que actúa con brutalidad salvaje contra los que luchan legítimamente en defensa de la democracia.

Hizo bien el presidente Kuczynski en invitar a la realización de una reunión en Lima en la que participaron más de 16 cancilleres de los países de la región, que aprobaron una declaración que es una enérgica protesta en defensa del derecho de todos los venezolanos a que su país vuelva a ser una democracia, con recuperación de bienestar económico y social. Se trata de un acuerdo de solidaridad y expectativa de acciones en esa línea, hasta que en Venezuela cese la usurpación dictatorial del poder.

Hay razones para la protesta solidaria internacional. El régimen de Maduro es violador sistemático de los derechos humanos (asesinatos, torturas, desapariciones, persecuciones políticas, eliminación de la libertad de expresión, ocupación ilegitima del poder y un largo etc.).
Desde las prédicas de Fray Bartolomé de las Casas, defensor preclaro de la condición humana y de la exigencia de respeto a los aborígenes americanos; de Hugo Grocio, promotor del derecho de gentes y padre del derecho internacional moderno, hasta llegar a la Declaración de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas (1948) ha habido un largo recorrido que ha consagrado la naturaleza universal de los derechos humanos y creado la obligación internacional de su promoción y defensa.

Hay pues lugar, como ha sostenido Javier Pérez de Cuéllar, a la legítima injerencia (que no es intervencionismo) porque ningún gobierno tiene derecho a invocar soberanía, parapetarse tras ella y violar los derechos humanos. En tales casos, es principio universalmente compartido que la supranacionalidad de las reglas de derechos humanos son de cumplimiento obligatorio. El silencio, la timidez, o los intereses egoístas no pueden dejar en indefensión a los pueblos que luchan por su dignidad y por la libertad.