Tanto Palma como MGP son los autores que elaboran los fundamentos del nacionalismo criollo. (Ilustración: Giovanni Tazza)
Tanto Palma como MGP son los autores que elaboran los fundamentos del nacionalismo criollo. (Ilustración: Giovanni Tazza)
Gonzalo Portocarrero

A fines del siglo XIX, imaginó que, a la corta o a la larga, el Perú se desprendería de los arcaísmos indígenas para convertirse en una nación criolla, plenamente incorporada en el torrente del progreso, desde una historia que lograría rescatar lo más significativo del legado de la difunta cultura indígena. Esta visión del Perú se esparció por todo el país, modeló las expectativas sobre el futuro y generó una historia basada en la idea de una progresiva redención de los lastres nativos que no hacían más que enturbiar el futuro de la sociedad peruana.

Estos planteamientos fueron discutidos por que, para empezar, cuestionó la legitimidad de que los criollos costeños pudieran hablar por el conjunto de los peruanos cuando, en realidad, no representaban más que una minoría reducida de la población. Entonces, sin formular una alternativa clara al proyecto criollo, MGP generó una crítica –con amplia acogida en la opinión pública– señalando que el Perú no estaría completo hasta que la población indígena y mestiza no asintieran en una vinculación con el mundo criollo que hiciera justicia a la grandeza de sus logros históricos y a la idea de una identidad común a todos los peruanos. Sus ideas encabezaron la resistencia a la expectativa de un acriollamiento forzado que era la propuesta de los liberales de la época.

Ricardo Palma provenía de una familia popular y mestiza. Desde el mundo criollo aristocrático era visto con desconfianza como alguien que, desde una inferioridad social y racial, y sin tener derecho ni prestigio, quería entreverar los destinos de blancos, indios y negros. Solo después de la derrota en la Guerra del Pacífico, la aristocracia cayó en la cuenta de que no le quedaba más remedio que integrarse a la propuesta de Palma. Solo entonces se le rindió el merecido culto que su obra merecía. Culto que fue creciendo con el reconocimiento de las élites provincianas que asumieron la ‘tradición’ como el relato capaz de crear sentimientos comunitarios. Y también gracias a la creciente fama que su obra fue ganando en el mundo hispánico como puente entre la madre patria y las nacientes repúblicas.

Manuel González Prada era blanco y acaudalado. No podía dejar de ser un aristócrata. Sin embargo, se contrapuso desde un liberalismo cada vez más radical, y democrático, a la posición de Palma. Aun cuando no llegara a haber una abierta enemistad entre ambos, pues siempre mantuvieron las formas, tampoco es que fueran amigos –como quizá sería lo esperable tratándose de los dos creadores literarios más importantes del Perú de mediados-fines del siglo XIX, y principios del XX–.

De hecho, en la obra de MGP hay frases hirientes sobre Palma, como cuando dice refiriéndose a los relatos de este: “… en la prosa reina siempre la mala tradición, ese monstruo engendrado por las falsificaciones agridulces de la historia y la caricatura microscópica de la novela”. Mientras tanto, a Palma le parecía MGP un hombre fuera de la realidad. Cuando dice, por ejemplo, “Los viejos a la tumba y los jóvenes a la obra”, Palma alude a que MGP tiene 40 años, edad que lo calificaría más cerca de los viejos que de los jóvenes.

A la larga, resulta difícil decidirse por uno de ellos. Lo que sí puedo decir es que tanto Palma como MGP son los autores que elaboran los fundamentos del nacionalismo criollo y de la resistencia andina al acriollamiento, respectivamente. De hecho, el Perú no sería lo que es de no mediar la contribución de estos grandes creadores.

Pese a ser once años mayor que MGP, Palma lo sobrevive y su visión del Perú termina siendo decisiva en el sistema educativo; sobre todo en la representación de la Colonia y los inicios de la República. Pero quien representa el legado a futuro es MGP. No en vano es tan vasta su progenie: Valcárcel, Mariátegui, Haya de la Torre, Vallejo, Arguedas y un larguísimo etcétera. Entre los herederos de Palma habría que mencionar a Yerovi, a Diez Canseco a los García-Calderón, entre muchos otros.