Violación por televisión, por Andrés Calderón
Violación por televisión, por Andrés Calderón
Andrés Calderón

Con el ánimo de combatir la práctica frecuente de nuestra sociedad de olvidar prontamente las noticias que nos conmocionaron la semana anterior, me propuse abordar en esta columna el asunto de la violencia de género desde una perspectiva distinta.

En una columna del domingo en este Diario, Federico Salazar comentaba con acierto que, después de la marcha Ni Una Menos, era necesario hacer nuestra tarea y cambiar las ideas que nos impiden evolucionar. Coincido con él y con el punto central de aquella columna: debemos dejar de culpar a los medios de comunicación de la violencia contra la mujer.

Esto puede sonar a una defensa de los medios de comunicación y, claro, qué conveniente que lo haga quien trabaja en un medio de prensa escrita. Pero el punto central sigue y debe seguir siendo la víctima. Y para defender a la víctima hay que encontrar al verdadero culpable. Cuando responsabilizamos a un agente equivocado, no solo dejamos de brindar la justicia que se merece la víctima, sino que muy probablemente la condenamos a seguir sufriendo los vejámenes del agresor.

Más aun, para defender la libertad de la mujer, debemos respetarla en todos sus ámbitos: la mujer que decide taparse toda, la que quiere usar minifalda, la que está desnuda en una habitación y decide no tener relaciones sexuales con su pareja, y la que aparece semidesnuda en la televisión. Ni una mujer, en ninguna de las circunstancias descritas, motiva o justifica una violación en su contra.

Quienes sostienen que al poner en un escaparate a la mujer se provoca la violencia parecen seguir el siguiente razonamiento, cual si fuera una fórmula matemática: Los medios provocan la exaltación sexual mostrando a las mujeres desnudas como objetos. Ergo, los agresores responden a esos estímulos a través de la violencia hacia las mujeres. Una dialéctica que, además de presumir que las personas somos títeres manipulables por los medios y que solo reaccionan a impulsos, sencillamente no tiene sustento científico. 

Una investigación de Pereira y Zubiaur (2012) sobre presos por violación sexual muestra que solo un 13% de los entrevistados reconoce que ultrajó a su víctima por el móvil sexual. La psicóloga clínica Esther Morales León reafirma que el abuso sexual es un crimen de poder y violencia y no de pasión sexual. El 71% de las violaciones son planeadas y es más bien “irrelevante cómo se comporte o vista la persona, ya que el violador generalmente premedita su acción”. Y cuando salimos del campo estrictamente sexual y hablamos de violencia matrimonial, por ejemplo, encontramos que los principales factores que preceden a estos ataques son la violencia en la familia de origen, la conducta agresiva como estilo de personalidad, el estrés y el consumo abusivo de alcohol y drogas (O’Leary, 1988).

Ciertamente nos puede parecer de pésimo gusto la exposición que hacen algunos medios de comunicación de las mujeres. Y eso puede generar un rechazo –por ejemplo, la marcha en contra de la llamada ‘televisión basura’–. Con nuestros controles remotos, sin embargo, los consumidores tenemos una gran capacidad de influencia. Pero de ahí a responsabilizar a los medios por la violencia de género o la violencia de cualquier tipo hay un salto argumentativo abismal. Nada de malo tiene criticar imágenes o expresiones que nos puedan parecer retrógadas, pero poner esa crítica en el mismo nivel de discusión que la violencia contra la mujer solamente le resta importancia a este último problema, y al no dar en el clavo del origen, va a ser imposible encontrar la solución.

Dejemos de buscar excusas en la ropa, en los escaparates o en los medios de comunicación. Si de verdad queremos que no haya ni una menos, debemos empezar por dejar de criar victimarios y relativizar su culpa. Ni uno más.