(Foto: Presidencia Perú)
(Foto: Presidencia Perú)
Juan Carlos Tafur

Si tuviese por delante un mandato de meses o un año, quizás cabría pensar en una figura como la que desplegó Valentín Paniagua, conformando un Gabinete de amplio espectro ideológico. No es ese el caso.

Vizcarra tiene más de tres años de gobierno que debe cumplir y, por ende, tareas gubernativas concretas y específicas, más allá de algún proceso de reconstrucción de la confianza ciudadana.

El flamante presidente debe dar un impulso económico que aliente la alicaída inversión y a la vez controlar el déficit fiscal; retomar las reformas en salud y educación; acelerar la reconstrucción del norte; recomponer su relación partidaria con Peruanos por el Kambio (alguna utilidad política le puede reportar, ya que sería aún más débil si no tiene bancada propia); trazar una estrategia política respecto del Congreso; redefinir el perfil jurídico del Gobierno frente al persistente escándalo Lava Jato, etc.

Vizcarra va a tener que construir un rostro ideológico. Su gobierno debe ser consistente. Y la mejor ruta para clarificarlo pasa por traer a colación la elección que lo ha conducido a la situación en la que ahora está.

Vizcarra llega al poder merced a una propuesta de centroderecha clara, y a ella debe responder. Es verdad que un sector de la izquierda respaldó a PPK en la segunda vuelta y contribuyó a su triunfo en las urnas, pero eso no le debió haber dado derecho expectaticio sobre el quehacer gubernativo.

No hay cabida para alguna “coalición paniagüista” ni nada que se le parezca. Algo semejante solo tendría sentido si Vizcarra tuviese que coger el timón del Gobierno, convocar elecciones y entregar el poder lo más rápido posible. La fórmula plurideológica puede tener cabida bajo esa perspectiva, pero no en las actuales circunstancias.

Este camino centroderechista debiera ser suficiente para calmar los ánimos conflictivos del fujimorismo. En todo caso, Vizcarra deberá estar preparado para, si eso no funciona y el fujimorismo insiste en buscar un títere palaciego, marcar su pauta y gobernar sin dejarse maniatar.

La agenda del gobierno de Vizcarra es corta, pero compleja. Una vez trazadas las tareas políticas inmediatas señaladas, deberá abocarse en paralelo al proceso de reconstrucción de la propia figura presidencial. Un gobierno famélico como el que hereda, sin partido mayoritario, con niveles de aprobación paupérrimos, sin aliados importantes (o con su único aliado –Kenji– caído en desgracia), necesita con urgencia una bocanada de oxígeno producto de la aprobación popular.

Dos hechos puntuales revelan que Vizcarra está llano a manejar los juegos sutiles de la política y la importancia de los gestos. Uno fue el anuncio, en su primer mensaje, del cambio total de Gabinete. Otro fue la suspensión de su presencia en el que iba a ser su primer cambio de guardia palaciego, dadas las circunstancias adversas que en esos momentos comprometían a su antecesor Pedro Pablo Kuczynski (sus casas fueron allanadas y se le ordenó impedimento de salida). Vizcarra tiene el radar prendido.

Si Vizcarra suelta las bridas, se le desbarranca todo, y la suya puede terminar siendo una peor gestión que la de PPK. Es, de hecho, una presidencia más débil y no puede confiarse en el respaldo afectivo que ha recibido del pleno del Congreso.

La del estribo: estupenda la exposición sobre Joan Miró en el MALI. Sobre todo, entusiasma la buena acogida de público que acude a verla. Dibujo, pintura y escultura del notable artista catalán al alcance de los peruanos.