(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Gianfranco Castagnola

La caída en los niveles de aprobación del presidente y del primer ministro es consistente con las opiniones de la mayoría de analistas políticos acerca de los primeros 100 días de gestión, que han enfatizado la carencia de una agenda propia y la facilidad con la que han retrocedido en decisiones tomadas ante la presión de grupos de interés. Pareciera que el Gobierno se percibiera como uno de transición e intrínsecamente débil. Así, su principal objetivo, al que subordina el resto, sería sobrevivir en el 2021. Y, ante la falta de una fuerza propia de peso relevante en el , sería incapaz de emprender nada que genere controversia. Si se persiste en esta autopercepción, el legado del presidente Vizcarra será de poca trascendencia. Felizmente, está a tiempo de enmendar.

Como hemos comentado anteriormente, sería un error afirmar que este gobierno es similar al del presidente Valentín Paniagua, pues su duración es de más de tres años y cuatro meses, no muy diferente a los cuatro años de los regímenes presidenciales en Chile, por ejemplo. Y también lo sería percibirse como uno débil, pues sería asumir que no tiene capacidad ni margen de negociación, en momentos en que la mayoría de las fuerzas políticas son conscientes de los riesgos de un deterioro acelerado del régimen.

Es cierto que no se le puede pedir un programa de reformas ambicioso a un gobierno presidido por quien no resultó de una elección y que no tiene partido propio ni bancada real en el Congreso. Sin embargo, sí se le puede exigir, en primer lugar, formular un plan mínimo de medidas, intentar poner la agenda política, en lugar de limitarse a reaccionar a agendas ajenas, y, en segundo lugar, por supuesto, una gestión eficaz del aparato estatal. Nada de esto requiere mayoría en el Congreso.

Un primer elemento de este plan mínimo debe ser evitar retroceder en lo avanzado en los últimos 25 años. El peor escenario que enfrentamos no es el de un quinquenio perdido: es el de un quinquenio donde retrocedimos. La reacción del Gobierno en el tema de la supervisión de las cooperativas y en el de la ley que prohíbe la publicidad estatal en medios privados ha sido una señal positiva. También lo ha sido el no persistir en la fallida experiencia de Agrobanco –que ya nos ha costado cientos de millones de soles a los contribuyentes– y reemplazarlo por el fondo Miagro, similar a Mivivienda. Seguramente aparecerán más iniciativas populistas desde el Congreso, a veces promovidas por lobbies vinculados a actividades que se mueven entre la informalidad y la ilegalidad. Pero también el propio Poder Ejecutivo es fuente de malas ideas, como, por ejemplo, el reciente proyecto de reglamento de hospedajes, todo un caso de estudio de muy mala regulación, como lo han explicado Comex y varios analistas.

En el frente de reformas y fomento de la inversión privada hay mucho que se puede hacer, convenciendo y generando consensos: retomar una agenda para promover la competitividad y diversificación productiva, replicar y extender la experiencia de los PMO (project management office) de los Juegos Panamericanos a la reconstrucción del norte y otros proyectos de inversión pública, persistir en la prórroga de la Ley Agraria y ampliarla a las industrias forestal y acuícola (sobre todo, en lo concerniente a la flexibilidad laboral), extender el instrumento de mesas ejecutivas a aquellas APP que requieren de la interacción de muchas dependencias públicas, facilitar proyectos en industrias extractivas, retomar el impulso de simplificación administrativa de inicios del gobierno de y potenciar los esfuerzos que el Indecopi está haciendo en este frente, etc.

Pero todo ello requiere, primero, de la convicción del más alto nivel político respecto de la ruta a seguir. Y, luego, de alinear y liderar a todo el Gabinete para que transite por esa ruta. Y hasta, de ser necesario, realizar ajustes en el equipo. El actual ministro de Economía y Finanzas es un técnico solvente y con experiencia en el sector público. Esperemos que tenga la capacidad de persuasión para convencer al presidente y al primer ministro de que la incipiente recuperación de nuestra economía, proveniente sobre todo de un viento favorable de la economía mundial, no es sostenible sin un plan mínimo de reformas. Y que jugar al piloto automático, tentación que puede surgir de cifras macroeconómicas favorables, es hipotecar el crecimiento del siguiente lustro.