(Ilustración: Rolando Pinillos)
(Ilustración: Rolando Pinillos)
Javier Díaz-Albertini

En los últimos diez meses, en dos momentos cruciales, el Gobierno ha formulado pedidos de reconciliación y la necesidad de “voltear la página”. Según Martha Hildebrandt, esto significa “olvidar algo negativo o perjudicial”. 

La primera ocasión fue a finales de abril del año pasado, cuando el presidente Kuczynski lo utilizó al dirigirse a la lideresa de Fuerza Popular durante la ceremonia de los 20 años del rescate Chavín de Huántar. Casi inmediatamente, el entonces encarcelado Alberto Fujimori tuiteó: “El presidente Kuczynski propuso hoy voltear la página. ¡Tiene razón! Los peruanos debemos de construir una agenda común con apoyo de todos”. 

Unos días después, PPK señaló que la expresión significaba “olvidar y perdonar ciertas cosas y […] tener un diálogo alturado sobre las grandes prioridades del Perú”. Fue uno de esos momentos en los que deslizaba un posible indulto como táctica para apaciguar la furia naranja. 

Como respuesta al presidente, el entonces vocero de Fuerza Popular, Luis Galarreta, dijo: “No necesitamos voltear la página, no hay nada de sangre en el ojo, vamos a trabajar y vamos a seguir trabajando”. Y así, pues, Fuerza Popular trabajó en los meses siguientes bajándose a varios ministros e intentando hacer lo mismo con el fiscal de la Nación y algunos magistrados del Tribunal Constitucional. 

Se hicieron evidentes, entonces, dos cuestiones. En primer lugar, que para los keikistas “voltear la página” poco tenía que ver con el indulto a papá Fujimori. No, pues, lo que no podían olvidar era la derrota electoral y esto solo se superaba tumbándose al Gobierno. En segundo lugar, que para los antifujimoristas el pedido del presidente era una muestra más de su pusilanimidad ante un opositor que solo tenía sangre en el ojo y muy poca en la cara. 

La segunda ocasión es más reciente y ya no es un pedido directo del mandatario, pero sí de sus voceros. Gilbert Violeta lo expresó de la siguiente manera: “Hablar del indulto es insistir en temas que nos dividen. Pongamos modo futuro. Yo soy antifujimorista… pero hay que voltear la página”. 

Como han dicho varios analistas, antes de voltear la página es menester leer y comprenderla. Es así porque nos enseña qué será necesario para seguir adelante en la forma más justa posible. Sobre el perdón y el olvido, mejor aprendemos de los alemanes y no de los japoneses. En las escuelas alemanas es obligatorio estudiar el Tercer Reich y sus terribles consecuencias, especialmente el Holocausto. Sin duda no es una decisión fácil y muchos grupos conservadores se oponen. De hecho, la generación posguerra prefirió un falso olvido. Han sido la segunda y tercera generación las que aprendieron que, para el bien de la nación, debían procesar el pasado, asumirlo y estar atento a no repetirlo. Los japoneses, en cambio, prefieren pasar por agua tibia su papel en la invasión de China o Corea y muchas otras atrocidades de la Segunda Guerra. 

Mercedes Aráoz nos dice que debemos reconciliarnos con el fujimorismo porque es una fuerza con el apoyo del 40% de los votantes, a los que no podemos adjudicarles una incapacidad moral por su opción electoral. Pero el problema de la reconciliación no es con esos millones de peruanos. Eso lo hacemos todos los días con tantos compañeros de trabajo, comerciantes, familiares y amigos de simpatías naranja. Convivimos y nos respetamos porque nos resulta indispensable y deseable compartir la vida con ellos en una sociedad democrática. 

No, el problema es con una cúpula y un aparato partidario erigidos sobre la inmoralidad, impunidad y autoritarismo. Y que, peor aun, tienen el cinismo de presentarse como adalides de la lucha contra la corrupción. Un segundo problema es el apuro del partido de Gobierno en voltear la página para apaciguar un contrincante –ahora envalentonado con Lava Jato– que pone en jaque su permanencia en el poder. En el fondo, es una clase política que jamás le ha interesado una verdadera reconciliación. Y justo lo que subleva a tantos peruanos es que promuevan el olvido para que solos –entre ellos– laven los trapitos sucios.