El vuelo de las palabras, por Luis Millones
El vuelo de las palabras, por Luis Millones
Luis Millones

No es posible adivinar las rutas que toman las palabras, frases o sus significados, que siendo oportunos y capaces de condensar una situación concreta, se utilizan más tarde con sentidos totalmente distintos.

En el Perú, tenemos muchos ejemplos de este vuelo de las palabras y sus transformaciones. Un caso que conocemos todos, por ejemplo, es el apelativo ‘Gonzalo’ que utilizó el líder de Sendero Luminoso.

En general, los que estudiaron esos terribles años de guerra interna, interpretaron que Abimael Guzmán y sus seguidores aludían a Gonzalo Pizarro, hermano menor del conquistador, quien alentado por Francisco de Carvajal, El Demonio de los Andes, habría pretendido independizarse de España y fundar una nación en el futuro virreinato del Perú. Y quizá pudo hacerlo, en octubre de 1544, cuando habiendo sido expulsado el virrey don Blasco Núñez de Vela, hizo su entrada triunfal en Lima. 

Este episodio –cierto o falso– fue divulgado en una deliciosa tradición de Ricardo Palma, de las varias que escribió dedicadas a Francisco de Carvajal, a quien pinta, entre broma y broma, como una figura tenebrosa. No podía hacerlo de otra manera, pues si algo pudo ser peor que las penas sufridas bajo los virreyes y oidores, hubiese sido el gobierno de los encomenderos. 

Y es que sin el vacilante freno de la administración colonial, los encomenderos habrían desaparecido, sin remedio, a la población indígena en su incontrolable ambición necesitada de mano de obra gratuita. Pero no podemos pedirles sutilezas históricas a los senderistas que manejaron el nombre ‘Gonzalo’ o ‘presidente Gonzalo’ hasta su fallido final. 

Otro ejemplo visible lo encontramos en las artes marciales que reafirman lo que se supone es una herencia oriental puesta al servicio del mundo occidental. No es un tema nuevo, desde hace años en las academias donde se enseñan tales prácticas –bajo el nombre de kung fu, karate, muay thai, entre otras denominaciones– ocurren casos que avivan la tradición oral.

Las artes marciales tienen la ventaja comercial de envolver sus prácticas en un lenguaje esotérico, que aparece como sustento filosófico en una época en que la violencia está generalizada. En los años de guerra interna ya eran populares, una situación que respondía a la inseguridad con que se vivía y que, al igual que ahora, no existió una respuesta efectiva de los gobernantes, aunque las razones fueran muy diferentes.

Desde los años ochenta he estado interesado en el tema, cuando observé a unos jóvenes que atendían una escuela particularmente estricta y que recitaban con unción unos versos que me sonaban familiares, antes y después de golpearse con entusiasmo:

“No te des por vencido, ni aún vencido, 
no te sientas esclavo, ni aún esclavo; 
trémulo de pavor, piénsate bravo, 
y acomete feroz, ya mal herido. 
Ten el tesón de un clavo enmohecido 
que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo; 
no la cobarde estupidez del pavo 
que amaina su plumaje al primer ruido. 
Procede como Dios que nunca llora; 
o como Lucifer, que nunca reza; 
o como el robledal, cuya grandeza 
necesita del agua, mas no la implora... 
Que muerda y vocifera vengadora, 
ya rodando en el polvo, tu cabeza”.

Finalmente llegué a encontrar en mi memoria y en el libro de Augusto León Barandiarán “Mitos, leyendas y tradiciones lambayecanas” los versos que repetían, cuando menos, dos de las estrofas recitadas por los devotos aprendices de kung fu.

Nuestro estudioso había cambiado el roble por el algarrobo, nacionalizando el árbol que, de acuerdo con la tradición lambayecana, había ofrecido sus ramas, tronco y flores para la creación del hombre.

Estoy seguro de que Barandiarán jamás pensó en el extraño destino de la oralidad que atribuía a la cultura popular de su querido Lambayeque. Y aunque ya podría haber sido un largo viaje de China a nuestras costas, sin pensar en los diferentes idiomas, nos hubiésemos quedado sin explicación si es que mi hijo y colega Mario no hubiese aliviado mi desconcierto. 

El autor del poema fue Pedro Bonifacio Palacios (1854-1917) conocido escritor argentino que usaba el seudónimo de Almafuerte, quien tuvo sus diferencias con el gobierno de Sarmiento. Su extensa poesía titulada “Avanti” (Adelante) es uno de sus escritos más difundidos y la estrofa que titula “Piú avanti” (Más adelante), es la que acompañaba los porrazos de nuestros combatientes.

¿Cuál pudo ser el recorrido de estos versos para llegar desde las costas del Atlántico argentino a las prácticas de kung fu en Lima? Sin olvidar su pasaje por el norte peruano y el cambio de los robles por los algarrobos.

Las aventuras de este nacionalizado poema nos llevan nuevamente a la urgencia de estudiar la tradición oral que con tanto empeño han guardado y siguen recogiendo los interesados en el tema, sin otro apoyo que su entusiasmo y el cariño por su terruño.

¿Cuántas publicaciones darán por nuestras a tradiciones ajenas? Quizá muchas más han salido del país y recorren otros horizontes, por la velocidad con que circula la palabra y el pobre ejercicio de la escritura que tenemos.

No se trata de esperar que las universidades nacionales que –salvo excepciones– aún mantienen áreas de investigación etnográfica o literaria las estudien. Será difícil que puedan asumir una labor tan necesaria con sus magros presupuestos. 

La tarea podría compartirse con el Ministerio de Educación que cuenta, por ejemplo, con La Casa de la Literatura, un organismo con gente interesada y de mente abierta, que está en capacidad de liderar un plan efectivo para recoger este patrimonio.