El zigzag fujimorista, por Fernando Rospigliosi
El zigzag fujimorista, por Fernando Rospigliosi
Fernando Rospigliosi

En el último tiempo Keiko Fujimori ha llevado a su partido por un camino ondulante que, finalmente, no la condujo a la presidencia sino a una derrota inesperada. Por el momento, ella y su entorno íntimo están tratando de disimular su fracaso culpando al fenecido gobierno de Ollanta Humala, a los medios de comunicación, a los ataques de sus rivales políticos y a oscuras –e inverosímiles– maniobras electorales.

Esa argumentación puede convencer a los ingenuos o a los fanáticos, y ayudarla a capear el temporal que pudo haberse producido –dado que tenía desde tiempo atrás fuertes cuestionamientos de parte de su padre, Alberto, su hermano Kenji y el grupo de ardientes prosélitos del fundador de la dinastía–, por la forma como venía conduciendo el partido y la campaña. Pero aunque por ahora la ayude a mantener el control, probablemente no le alcanzará para ganar una próxima elección.

Keiko y su círculo más estrecho evaluaron correctamente que su derrota en el 2011 se debió más que a las calidades de un rival mediocre y con muchos lastres, como Ollanta Humala, a la fuerza del antifujimorismo. Por eso en octubre del 2015, empezando ya la campaña, intentaron un audaz golpe de timón destinado a vencer esas resistencias.
En la Universidad de Harvard apareció una Fujimori tolerante, democrática, reconociendo errores y anunciando el propósito de enmendarlos.

Naturalmente, sus palabras no bastaban. Los discursos de los políticos, aquí y en todas partes, valen menos que un bolívar venezolano. Tenía que mostrar hechos que corroboraran sus alegatos, imágenes que confirmaran la transformación, comportamientos que atestiguaran que en verdad ella y su gente habían cambiado.
Fujimori ofreció dos tipos de innovaciones, apartar a ciertas figuras especialmente representativas del gobierno de su padre e incorporar a gente con características distintas que transmitieran el mensaje de renovación. Para lo primero, desembarcó de la lista congresal a Martha Chávez, Luisa María Cuculiza y otros. E integró a personas como Yeni Vilcatoma y Vladimiro Huaroc para lo segundo. 

Fue un viraje, sin duda, pero insuficiente y tardío. No venció todas las resistencias que tenía que disolver, pero sí aglomeró el previsible disgusto de los afectados. Una muestra de que hacer las cosas a medias no ayuda mucho es que Joaquín Ramírez fue desembarcado de la lista congresal pero permaneció como secretario general. Cuando estalló el escándalo de la investigación de lavado de activos, eso afectó a la candidata decisivamente, teniendo en cuenta lo estrecho del margen que había en ese momento.

Luego de la derrota en la segunda vuelta, Fujimori ha realizado un nuevo viraje hacia posturas que hacen rememorar la década del 90, abandonando el ‘aggiornamiento’ que intentó por un período breve, pero que tuvo consecuencias importantes. Su decisión de no saludar a PPK luego de su triunfo, el comportamiento belicoso de su bancada el 28 de julio, las numerosas y agresivas declaraciones de sus voceros, son ejemplos de ese nuevo zigzagueo. El nombramiento de las excluidas Chávez, Cuculiza y otros como funcionarios del Congreso dominado por el fujimorismo no hace sino confirmar ese retorno a los orígenes.

Las encuestas, sin embargo, muestran que la opinión pública no aprueba ese nuevo viraje. En la segunda vuelta, a principios de junio, PPK y Fujimori estaban prácticamente 50%-50%. A mediados de julio, Ipsos registraba 56% para PPK y 38% para Fujimori. Y a principios de agosto, CPI le otorga 70% a PPK y 38% a Fujimori.
Eso no parece importarle a ella. Su prioridad es mantener su propio liderazgo y la cohesión de sus seguidores. Posiblemente el pequeño círculo dirigente del fujimorismo confía en que esos números cambiarán más temprano que tarde, previendo que el nuevo gobierno se desgastará.

Bajo el liderazgo de Keiko el fujimorismo ha podido mantenerse unido, dando la impresión de ser una estructura monolítica. Pero eso tiene un costo, porque lo ha logrado manteniendo en sus filas a los más conservadores y transando con los recalcitrantes seguidores de su padre, lo cual le ha impedido completar el cambio que requería para vencer las resistencias. 

El dilema que tiene ahora es el mismo de antes. Al parecer, seguirá privilegiando el corto plazo, el asegurar el liderazgo y mantener la unidad de la bancada antes que arriesgarse a un nuevo viraje.