La fiscalía comunicó hoy en audiencia que Miguel Atala se acogió a la confesión sincera y que por tal razón desistía de pedir prisión preventiva contra él. (Foto: El Comercio)
La fiscalía comunicó hoy en audiencia que Miguel Atala se acogió a la confesión sincera y que por tal razón desistía de pedir prisión preventiva contra él. (Foto: El Comercio)
Editorial El Comercio

Hace unos días, sostuvimos que las revelaciones del ex representante de en el Perú al equipo especial de fiscales que lo interrogó en Curitiba (Brasil) constituían una especie de ‘hitos’ que permitían, siguiendo un hilo cronológico, esclarecer el rol que había tenido el hoy extinto ex presidente en la telaraña de sobornos del durante su segundo gobierno (2006-2011).

De manera sumaria, Barata afirmó ante los fiscales peruanos que dos ex altos funcionarios de la segunda administración aprista –a saber, , ex vicepresidente de Petro-Perú, y Luis Nava Guibert, ex secretario de la presidencia– habían recibido US$4 millones en coimas de Odebrecht para garantizar la continuidad de las obras de la IIRSA Sur. Según la versión de Barata, Nava habría recibido el dinero en efectivo, mientras que Atala lo habría hecho a través de una cuenta abierta para dicho fin en la Banca Privada d’Andorra.

Pues bien, si lo que sugería una deducción –bastante lógica a decir verdad– de dicha cadena de informaciones ya era suficiente para echar sombras a la participación del ex presidente Alan García en el desaguisado, los detalles que se han añadido esta semana con las confesiones de Atala (publicadas por el portal ) y el hijo de Nava colocan la imagen del ex mandatario en una posición de la que difícilmente pueda salir inmaculado.

Contó, en efecto, Atala al Ministerio Público que quien le pidió abrir la famosa cuenta en el país europeo fue Nava, durante una reunión en el 2007. Y que, si bien en un inicio el secretario de la presidencia no le brindó más detalles sobre la operación financiera, al año siguiente le reveló que el destinatario final de dicho dinero era Alan García. Asimismo, Atala aseguró haber recibido la visita de Barata, quien le confirmó lo de la cuenta en Andorra y le habló de un depósito inicial de US$10.000.

Añade Atala, más adelante, que en el 2010 el propio García lo llamó para pedirle que fuera a visitarlo en Palacio de Gobierno. Y que, una vez a solas, el líder aprista le aseguró que el dinero en Andorra era suyo y que se lo entregase “de forma progresiva”. Dicho pedido, según su versión, se habría cumplido entre los años 2010 y 2018, con entregas en distintos puntos acordados con el ex presidente de entre US$20 mil y US$30 mil hasta llegar a completar el US$1’312.000 que había ingresado en la cuenta ‘offshore’.

En lo que respecta a Nava, por su parte, la confesión hecha por su hijo a los fiscales peruanos el pasado viernes en el consulado del Perú en Miami también es relevante. José Antonio Nava Mendiola relató, según trascendió en la audiencia realizada ayer para definir la prisión preventiva contra su padre, que este y Barata le contaron entre el 2006 y el 2007 de un ‘arreglo’ al que habían llegado para que el Gobierno viabilizara las obras de la constructora. Producto de este acuerdo, Barata habría realizado varias entregas de dinero al secretario de Palacio en maletines que el propio Nava Mendiola ayudaba a transportar.

Y aunque es cierto que los dichos de Atala y Nava Mendiola todavía deben ser corroborados, la realidad es que encajan impecablemente en lo que, hasta ahora, parece ser la historia oficial.

No hace falta ser muy perspicaz, entonces, para darse cuenta de que el ex presidente estaba bastante más involucrado en la trama de sobornos de Odebrecht de lo que él y sus defensores más acérrimos estaban dispuestos a admitir. Y si del juicio de la historia se trata, este terminará demostrando que el acuerdo con Odebrecht –al que algunas facciones políticas se opusieron con tanta saña–, el trabajo valiente de los fiscales del equipo especial que se jugaron sus puestos en este lance y la labor de los periodistas que apostaron por la verdad en medio de tantos embates fueron baluartes imprescindibles para evitar la impunidad.

Al fin y al cabo, si bien con su partida el señor García evitó la posibilidad de recibir una sentencia en los tribunales, existe otra condena que le será inexorable: la de la verdad que, tarde o temprano, conoceremos todos los peruanos.