(Foto: Archivo El Comercio)
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Editorial El Comercio

Cuando un partido político anuncia su pretensión a un cargo de elección popular se entiende que lo hace motivado por la voluntad de trasladar un conjunto de ideas y un programa de acción al puesto codiciado. Y, en esa línea de pensamiento, el candidato que representa a la organización política debería ser la persona ideal para llevar a la práctica aquella visión.

Esto que suena bien en teoría es con mayor frecuencia un anhelo sin aplicación práctica. Las elecciones en el Perú se asemejan cada vez más a un atropellado concurso de simpatía, en el que los proyectos de gobierno escasean, y en el que muchos candidatos y partidos se alquilan, sin importar los antecedentes.

Como muestra, basta con revisar las candidaturas anunciadas a la alcaldía de la capital del país. En los últimos días, más de veinte organizaciones políticas han elegido a sus postulantes al , pero poco o nada han compartido acerca de sus planes de gobierno o siquiera las principales acciones que esperan impulsar y que los motiva a tentar suerte en los comicios programados para octubre de este año.

Más allá de algunas ideas sueltas –como por ejemplo sistemas de teleféricos para solucionar el problema del transporte urbano ( y ), o revisar los peajes en la ciudad e implementar parquímetros ()–, o alguna promesa anecdótica –no incrementar las tarifas del Metropolitano ()–, ninguno de los partidos ni candidatos que aspiran al sillón municipal ha dado muestras de tener un plan de gobierno consolidado. Así las cosas, parece que estos programas, en el mejor de los casos, se construirán sobre la marcha. Una constatación poco esperanzadora y que parece reflejar que los políticos ansían el poder en sí mismo más que lo que pueden hacer con él.

Esta última hipótesis toma fuerza al revisar la trayectoria política de la mayoría de candidatos a la Alcaldía de Lima, que hoy postulan bajo un símbolo muy distinto al que representaron anteriormente. Algunos compiten ahora contra el mismo partido que los postuló apenas en las elecciones pasadas, como es el caso de (ex Apra, hoy postulante por Democracia Directa), (regidor de Lima por Perú Patria Segura, hoy por Alianza por el Progreso), y (ex candidato a regidor de Pueblo Libre por el PPC, hoy por Fuerza Popular), o el que representaron en otros cargos como (ex congresista de Solidaridad Nacional, hoy candidata de Unión por el Perú) y Julio Gagó (ex congresista de Fuerza 2011, hoy por Avanza País).

Están también los actuales burgomaestres distritales, cuyo afán por tentar un puesto más encumbrado –y motivados quizá por el impedimento legal de pretender la reelección– los hizo abandonar el partido que los llevó recientemente a la gobernación local, como Jorge Muñoz (ex Somos Perú, hoy candidato de Acción Popular), Manuel Velarde (ex PPC, hoy por Siempre Unidos), y (ex Somos Perú, hoy por Vamos Perú).

Y, por supuesto, no debemos olvidar a quienes han hecho del cambio de camiseta una carrera política, como (ex candidato o precandidato del Movimiento Obras, Frente Independiente Moralizador, Frente de Centro, Partido Humanista, Siempre Unidos, y hoy postulante por Perú Libertario).

Precisamente una expresión reciente de Daniel Urresti (ex candidato presidencial del Partido Nacionalista, y hoy postulante por Podemos Perú) puede ilustrar el razonamiento utilitarista que hemos expuesto: “Fatalmente, no me queda de otra, o lo hago [postulo] con un partido que me invita [Podemos Perú] o me voy a mi casa”.

La verdad, sin embargo, es que cuando no hay un buen plan, quedarse en casa no es tan mala idea.