"El Gobierno y el Congreso todavía están a tiempo de enmendar el rumbo antes de que el motor económico se enfríe incluso más". (Foto: USI)
"El Gobierno y el Congreso todavía están a tiempo de enmendar el rumbo antes de que el motor económico se enfríe incluso más". (Foto: USI)
Editorial El Comercio

En los estudios, en los negocios, en las amistades, y en la mayoría de actividades, la procrastinación, la falta de voluntad y la desidia eventualmente pasan factura. Si bien con una coyuntura favorable inicial es posible mantener buenos resultados por un período sin hacer demasiado, con el transcurrir del tiempo las fortalezas se empiezan a erosionar en ausencia de un esfuerzo mínimo por mantener condiciones adecuadas.

Lo mismo sucede con la economía de un país, y el Perú de hoy parece ser un ejemplo excepcional de este proceso de deterioro por abandono. Según el INEI, la producción creció 0,02% en abril, la expansión más baja de los últimos diez años. Es cierto que hay ciertos factores transitorios que explican parte de la caída, entre los que destacan el movimiento de la temporada de captura de anchoveta y de los feriados de Semana Santa. Estos motivos, sin embargo, no pueden ocultar una tendencia que ya debiera ser materia de preocupación entre las autoridades, empresarios y ciudadanía en general.

La noticia llega, pues, en un contexto en el que las alarmas por la debilidad de los indicadores económicos empiezan a sonar. Con tres trimestres consecutivos de contracción de la inversión privada no minera, una inversión pública en caída libre y números de empleo formal que no despegan, el espacio para el optimismo respecto de las proyecciones económicas del 2019 es cada vez menor. No pocos analistas e instituciones han rebajado en las últimas semanas la proyección de crecimiento del PBI para este año de 4% a tasas mucho más cercanas al 3% o incluso menores.

El bajón, lamentablemente, parece más estructural que transitorio. De acuerdo con investigaciones del BCR, el PBI potencial –que es la capacidad productiva máxima de nuestra economía– se habría reducido de 7,8% en el 2008 a casi la mitad en la actualidad.

Aunque decepcionante, esta información es difícilmente sorprendente. Lo sorprendente, de cierta forma, ha sido en realidad que el Perú haya logrado mantener las tasas de crecimiento más altas de la región por tanto tiempo sin proponérselo demasiado. ¿Qué reforma económica significativa, si no, se ha hecho en los últimos meses o años para mejorar la productividad del país? ¿En qué se han invertido el capital político y los recursos de las recientes administraciones públicas? Si bien aún es pronto para sacar conclusiones definitivas, el Perú de hoy no parece muy distinto de aquel alumno poco aplicado o aquel empresario complaciente a quienes, luego de capitalizar éxitos anteriores y flaquear en nuevos esfuerzos, se les acabó la suerte.

El Gobierno y el Congreso todavía están a tiempo de enmendar el rumbo antes de que el motor económico se enfríe incluso más y cueste años recuperar, nuevamente, el tiempo perdido. Grandes proyectos de inversión pública que dinamizan la economía y mejoran su competitividad, como la línea 2 del metro de Lima, no pueden continuar con años de retraso. Es a la vez incomprensible que proyectos de inversión privada con un enorme potencial productivo, como la mina Tía María, no obtengan los permisos respectivos a pesar de haber cumplido con todos los requerimientos sociales y legales. Las reformas en el mercado laboral o en el sector infraestructura son también obvias para cualquiera que se tome el trabajo de analizar la situación. Y la lista sigue.

Aun así, los ánimos desde el Ejecutivo y Legislativo para apurar alguno de estos puntos –cualquiera– parecen ser más bien escasos. Pero el enfriamiento económico es real y, a diferencia del invierno que recién empieza a sentirse fuerte en el país, este puede durar mucho tiempo si no se toman medidas desde hoy.