"En nuestro país, sin embargo, los sectores habitualmente sensibles a que se “criminalice la protesta” no han dicho cosa alguna ante estos atropellos" (Foto: Yamil Lage / AFP).
"En nuestro país, sin embargo, los sectores habitualmente sensibles a que se “criminalice la protesta” no han dicho cosa alguna ante estos atropellos" (Foto: Yamil Lage / AFP).
/ YAMIL LAGE
Editorial El Comercio

Lo ocurrido este domingo en debe recordarnos a todos los estragos que causa la imposición de una dictadura en cualquier país del mundo, pero sobre todo en Latinoamérica, donde muchas veces se cultiva una disposición indulgente hacia la satrapía castrista. Como se sabe, esta se ha prolongado ya por 62 años y no existen indicios de que sus jerarcas estén dispuestos a dejar el poder en fecha próxima.

La represión a toda manifestación de protesta y el encarcelamiento de opositores han sido pan de cada día a lo largo de estas más de seis décadas de régimen comunista en la isla caribeña, pero ello no ha impedido que cada cierto tiempo el clamor de la ciudadanía, harta de los abusos y carencias que padece, se haga escuchar.

Eso es precisamente lo que ha sucedido ahora en La Habana, donde este fin de semana tuvo lugar la jornada de protesta más significativa desde el llamado ‘maleconazo’ de agosto de 1994. Lo que empezó como una marcha de cientos de personas por las calles del pueblo de San Antonio de los Baños gritando “abajo la dictadura” y “patria y vida” encendió, efectivamente, la mecha de un fenómeno que se extendió pronto por la capital cubana y otros lugares. ¿La razón? Pues la eterna falta de alimentos y medicinas en la isla, que la pandemia del no ha hecho otra cosa que agravar. Se suman a ello, además, los largos cortes de electricidad y la histórica supresión de libertades públicas a la que ya nos hemos referido.

Ante ello, la actual cabeza de esa dictadura, reaccionó instando a sus partidarios a enfrentar violentamente a los manifestantes. “La orden de combate está dada, a la calle los revolucionarios”, anunció en un mensaje televisivo especial. Y los episodios de violencia, así como los arrestos a manos de las fuerzas policiales, se multiplicaron en La Habana, motivando pronunciamientos de alarma de la OEA, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y Amnistía Internacional. En un tuit divulgado el mismo domingo, la directora de esa organización para las Américas, Erika Guevara Rosas, señaló: “Se reportan personas heridas por disparos de la policía, detenciones arbitrarias, amenazas y ataques a periodistas, incluido fotógrafo de la agencia AP, fuerte presencia militar en las calles y un gobierno intolerante”.

En nuestro país, sin embargo, los sectores habitualmente sensibles a que se “criminalice la protesta” no han dicho cosa alguna ante estos atropellos. Como ocurre cuando actos de esta naturaleza suceden en Venezuela, su silencio cómplice ha sido atronador. En sintonía con las coartadas de la tiranía castrista para justificarse, tales sectores están siempre dispuestos a culpar al “embargo” y a en general de la barbarie desatada en Cuba. Y sus esfuerzos por rodear a los iniciadores de la tiranía caribeña y a sus sucesores de un aura de románticos justicieros son en realidad la muestra más palmaria del doble rasero con el que miden las protestas de acuerdo con la filiación ideológica de las autoridades contra las que se producen. La reiterada desvergüenza que exhiben a propósito de esto que, en su momento, el ensayista francés Jean-François Revel denominó “hemiplejia moral” parece haberles endurecido la piel, pero no por eso vamos a dejar de hacer notar el estigma que se han ganado a pulso.

Mientras tanto, la Asamblea de la Resistencia Cubana, que agrupa a activistas exiliados en varios lugares del mundo, ha declarado que la salida del régimen comunista “no es negociable” y ha pedido al pueblo que ese régimen oprime que continúe en las calles hasta conseguir su propósito: el surgimiento de una Cuba libre. Un empeño que puede tomar todavía algún tiempo en cumplirse, pero que precisamente por eso los auténticos demócratas de todo el continente no deben dejar de respaldar y acompañar.