"El camino a tratamientos efectivos contra el COVID-19 aún está lejos de terminar y será importante ser cuidadosos mientras tanto".
"El camino a tratamientos efectivos contra el COVID-19 aún está lejos de terminar y será importante ser cuidadosos mientras tanto".
Editorial El Comercio

Desde antes de que la crisis del fuese declarada una pandemia por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en marzo pasado, múltiples laboratorios en todo el mundo se volcaron a encontrar un tratamiento para esta nueva enfermedad. Poco a poco los resultados de esta cruzada planetaria se han empezado a conocer: varias vacunas están en fase clínica –es decir, en pruebas humanas– y si bien la vacuna cuyo desarrollo ha sido uno de los más acelerados, la de AstraZeneca con la Universidad de Oxford, ha sufrido un aparente revés, aún persiste la esperanza de tener una vacuna en el mediano plazo.

Como es evidente, exigir ecuanimidad en tiempos como estos es difícil y que exista una disonancia entre la desesperación de las personas por obtener soluciones y las demoras propias del proceder científico es inevitable. Los remedios que se buscan tienen que ser minuciosamente evaluados para garantizar su seguridad, y aunque algunos criterios puedan flexibilizarse para acelerar estos procesos, es evidente que los logros no podrán alcanzarse de la noche a la mañana.

Mientras tanto, se empieza a abrir una ventana para los tratamientos “milagrosos” y para los irresponsables que los promueven. La anécdota comienza a reemplazar el rigor científico, incluso con la anuencia de quienes deberían defenderlo con mayor ahínco. ¿El resultado? Cientos de ciudadanos arriesgando sus vidas.

Una de las sustancias peligrosas en cuestión es el . De acuerdo con Ciro Maguiña, vicedecano del Colegio Médico del Perú (CMP), no solo “no hay base científica” para el uso del CDS como medicina, sino que supone “un riesgo tremendo” para las personas. Asimismo, ni el Ministerio de Salud ni la OMS han autorizado su uso para combatir el COVID-19. Se trata de un desinfectante industrial que, según la Organización Panamericana de la Salud, “causa reacciones inmediatas en los tejidos humanos, por lo que puede causar esofagitis, irritaciones estomacales, dolores abdominales, náuseas, vómitos, intoxicaciones severas, entre otros”.

Como ha anunciado el CMP, tres galenos serán investigados por promover el uso de este químico: Armando Massé Fernández, Rita Denegri Schroth y Arturo Fernández Bazán, el inefable alcalde de Moche que hace poco se declaró en rebeldía y aseguró que no acataría la cuarentena decretada por el Gobierno. Aunque las pesquisas tendrán que definir el grado de responsabilidad que cada uno deberá asumir por sus acciones, la imprudencia de impulsar tratamientos sin el respaldo de sólidas y rigurosas evaluaciones técnicas es clara. Especialmente si se toma en cuenta cómo los pacientes terminan haciéndose de sustancias como el CDS.

Como informó un reportaje de este Diario el domingo, solo en Lima hay más de 20 distribuidores de dióxido de cloro y de kits con insumos para prepararlo en casa. En menos de 24 horas El Comercio pudo conseguir cinco envíos con los materiales para ‘cocinar’ el mejunje que nos ocupa, con recetas diferentes y dosis que no coincidían entre sí. Una circunstancia que delata el riesgo al que se someten las personas al tratar de consumir estos productos, en muchos casos motivados por profesionales de la salud renegados.

Las hazañas científicas de verdad, en cambio, demandan paciencia e interés por reconocer que ciertas acciones no han funcionado y corregirlas. Incluso el exministro de Salud Víctor Zamora, cuya gestión recomendó el uso de ivermectina e hidroxicloroquina (ambas sustancias utilizadas para otras enfermedades con la venia de entes internacionales, a diferencia del CDS), ahora pide que dejen de utilizarse a la luz de nuevos estudios –la ministra Mazzetti ha anunciado que la segunda será retirada–.

El camino a tratamientos efectivos contra el COVID-19 aún está lejos de terminar y será importante ser cuidadosos mientras tanto, especialmente ahora que se registra un aparente descenso en las víctimas mortales de la pandemia. El método científico exige tiempo, pero sus aportes al progreso humano son innegables y es la única forma en la que saldremos airosos de esta pandemia.