Editoria: La minería y el reloj
Editoria: La minería y el reloj
Redacción EC

Tenemos asumido que los minerales son recursos no renovables. Tanto, como que no son perecibles. Asunción esta última que, acaso, sirva para dar un cierto fondo de tranquilidad a los constantes retrasos y postergaciones  –hasta que entre un gobierno regional amigable a la inversión, hasta que el mundo vuelva a entrar en un ciclo alcista de los precios– a los que, crecientemente, se ven sometidos los proyectos mineros que tenemos. 

Solo con la reciente (re)elección cajamarquina, proyectos por un total de US$9.000 millones parecen estar condenados a dormir por lo menos por unos cuatro años más. Y decimos por lo menos, porque si el cobre sigue la tendencia a la baja que ha mantenido en los últimos tiempos es probable que algunos de ellos no sean financieramente viables de acá a cuatro años y que tengan que esperar más bien hasta que los precios internacionales vuelvan a tener el efecto de algún crecimiento espectacular como el que tuvo China hasta hace poco. 

A los US$9.000 millones cajamarquinos, por otro lado, puede muy bien que se le agreguen otros US$12.000 millones si Michael Martínez confirma su victoria en la segunda vuelta de Apurímac. Y varios más si Walter Aduviri ganase en el balotaje puneño.

Pues bien, si efectivamente la condición de imperecibles que tienen nuestros minerales nos da algún soporte de calma (aunque sea inconsciente) frente a estas situaciones, nuestra tranquilidad está mal fundada. Puede que los minerales en sí no sean perecibles, pero sus usos prácticos – y, por lo tanto, su valor en el mercado– sí lo son. Perecibles, y con fechas de defunción cada vez más cercanas, conforme avanza la tecnología.

Hace unos meses, por ejemplo, la Universidad de Cambridge anunció que había logrado desarrollar un método de fabricación de cables compuestos de nanotubos de carbono para transmitir electricidad en significativamente mayores cantidades y a considerablemente menores costos que los cables de cobre que son usados hasta hoy. 

Siendo este uno de los principales usos del cobre, es de esperar que, conforme la invención se industrialice,  la demanda por el mineral bajará considerablemente, junto con su precio. Lo que, por otro lado, solo viene a sumarse a otra mala noticia que la tecnología ya ha traído al cobre: su uso para cables de trasmisión de datos está siendo reemplazado progresivamente por la más eficiente fibra óptica.

Con el oro viene sucediendo algo similar: hay cada vez más empresas dedicadas a encontrar sustitutos para su uso en la electrónica. La estadounidense Xtalic, por ejemplo, ha usado la nanotecnología para desarrollar un nuevo material sintético cuyo lanzamiento industrial se espera para fines de este año y que parece tiene las mismas propiedades conductoras del oro. Los dentistas, por su parte, hace tiempo que en su mayoría reemplazaron las coronas de oro por las de resina.

Y esto, para hablar solo de nuestras dos exportaciones mineras más importantes. El zinc, por ejemplo, también está por encontrar una creciente competencia sintética…
Así pues, no solo es verdad que, contra lo que parecemos pensar, no somos los únicos que tenemos abajo nuestro “banco” de minerales preciosos (muchos otros países, incluidos el cercano Chile, también los tienen y en condiciones considerablemente más favorables para la inversión); sino que también lo es que estos minerales no tendrán para siempre el valor que hoy poseen.  

Dicho de otra forma, en la batalla por convertir en exportaciones, empleo y canon los minerales que duermen bajo los andes, no solo competimos con otros países, sino también con el tiempo. Y si dejamos que este pase más de la cuenta, puede muy bien que el sueño subterráneo de buena parte de los gigantescos depósitos de minerales que aún tenemos esté condenado a ser eterno.