Editorial 2: Oportunismo capital
Editorial 2: Oportunismo capital

Las elecciones generales están cada vez más cerca, y se siente. Síntoma de ello es que varios de los políticos que esperan participar en la lid empiezan a lanzar una serie de propuestas reñidas con el marco legal vigente y la viabilidad política, pero que encuentran cierto eco en las simpatías populares. Esta práctica, como hemos advertido ya en ocasiones anteriores, puede ser peligrosa no solo porque ofrece reformas imposibles de implementar, sino porque apela a las reacciones más emotivas del electorado. 

Un ejemplo claro es la propuesta lanzada por el pastor evangélico y virtual candidato presidencial, Humberto Lay, para sancionar con pena de muerte a los delincuentes. Esta es una medida bastante popular entre los votantes. Por ejemplo, según un estudio de Ipsos del 2011, el 82% de peruanos están a favor de la pena de muerte para violadores de menores.

La popularidad de la medida ya había sido identificada previamente por otros políticos. Lo había hecho Alan García en febrero del año pasado, y en otras ocasiones Lourdes Alcorta y Luisa María Cuculiza, quienes defienden la iniciativa para determinados casos extremos.

Sin embargo, más allá del aplauso que la pena capital pueda despertar, lo cierto es que esta no puede pasar a ser nada más que eso: una simple idea popular. Principalmente, porque nuestra Constitución, al incorporar a través de su cuarta disposición final los tratados internacionales de derechos humanos firmados por el Perú –incluyendo el Pacto de San José–, prohíbe de forma clara la pena de muerte. Una reforma constitucional para flexibilizar este aspecto resultaría mucho más compleja de lo que los políticos que promueven la pena de muerte dejan entrever.

Los políticos saben que el castigo capital puede acarrear votos, sobre todo entre una ciudadanía que reclama una lucha drástica y frontal contra la delincuencia. No obstante, la diferencia entre el político que hace promesas viables y el que no es precisamente la distinción que hace, a unos, potenciales estadistas, y a otros, simples oportunistas.