Editorial: ¡Abajo la hora loca!
Editorial: ¡Abajo la hora loca!

Como es de público conocimiento, la posibilidad de conseguir un diálogo entre las dos fuerzas que disputaron la segunda vuelta a fin de garantizarle un mínimo de gobernabilidad a la administración que iniciará su mandato el próximo 28 de julio está entrampada por la mala sangre que se generó entre ambas agrupaciones en el tramo final de la campaña. Insultos y acusaciones de subido calibre –y muchas veces sin sustento en la realidad– crisparon los ánimos por lado y lado, haciendo más difícil la ya ardua tarea que tienen los derrotados de ir a saludar a quien los ha vencido.

Apremiados por la necesidad de sacar adelante la responsabilidad que han asumido con el país, sin embargo, los representantes de Peruanos por el Kambio (PPK) han expresado su voluntad de dejar atrás la acrimonia y atribuyen a sus antiguos contendores una sensibilidad excesiva, que no se condice con el hecho de que ellos también les dispensaron a su turno agravios y ofensas. “Son cosas que se dicen al fragor de la campaña”, sostienen. A lo que los fujimoristas han respondido que no se pueden ‘abrazar’ con quienes los han asociado al narcotráfico o los han llamado ‘rateros’ sin miramientos.

La verdad, por supuesto, se encuentra en algún punto intermedio entre esos extremos, pero eso no es lo que importa. Lo realmente grave es que nos hallamos empantanados en un ‘impasse’ absurdo por la práctica de esa máxima política que recomienda a un candidato hacer lo que sea con tal de ganar las elecciones, dejando para más tarde el problema de lidiar con las heridas o expectativas que dejó la referida falta de escrúpulos para ganar votos.

Y hablamos también de expectativas porque la otra cara de la moneda de los ataques sin sustancia para descalificar al rival son las promesas imposibles de cumplir para encandilar a los electores. Pensemos, si no, en la oferta del ‘no-shock’ de Alberto Fujimori en las elecciones de 1990. O en lo que dijeron Alan García y Ollanta Humala sobre el regreso a la Constitución de 1979 o el precio del balón de gas, en las campañas del 2006 y el 2011, respectivamente. Y en lo que pasó después en cada circunstancia.

Ocurre, pues, que ataques y promesas se asumen desde la perspectiva de los políticos como ‘cosas que se dicen en campaña’, en el entendido de que la ciudadanía debería presupuestar que hay en ellas una dosis de ficción o de hipérbole respecto de la cual habrá que tomar distancia una vez que se establezca el nuevo gobierno. Como si las campañas equivaliesen un poco a ‘la hora loca’ que caracteriza algunas celebraciones en los tiempos contemporáneos; o a los carnavales originales, en los que algunas sociedades tradicionales concedían por algunos días ciertas licencias en el comportamiento del pueblo, con la idea de que así se ‘renovaba’ el impulso vital de la humanidad en su conjunto.

Y seguramente existe, en efecto, en alguna porción del electorado un ingrediente de desencanto y escepticismo que le hace tomarse con una pizca de sal los dichos venenosos o dulces de los candidatos en busca de su respaldo... Pero no en todo. Y el desengaño, en cualquier caso, no es una virtud democrática sobre la que se pueda construir una convivencia pacífica y próspera.

Entre las muchas reformas necesarias que se han hecho evidentes en estos últimos comicios, hay algunas que no tienen que ver con las disposiciones que figuran en la ley electoral y que se relacionan, más bien, con la forma en que los aspirantes a ganar la confianza popular asumen su compromiso con la veracidad de lo que ofrecen o declaran frente a los votantes. Y esta quizá sea la más relevante de ellas.

Exijámosles el fin de esa ‘hora loca’ a la que nos tienen acostumbrados cada vez que se acerca el momento de ir a las urnas y de seguro tendremos una transición de gobierno menos accidentada en el 2021.