Fotografía cedida por la Presidencia de Colombia muestra al mandatario colombiano, Iván Duque (c), junto al canciller Carlos Holmes Trujillo (izquierda) . (Foto: EFE)
Fotografía cedida por la Presidencia de Colombia muestra al mandatario colombiano, Iván Duque (c), junto al canciller Carlos Holmes Trujillo (izquierda) . (Foto: EFE)
Editorial El Comercio

Los proyectos de integración entre países no son fáciles. La necesidad de coordinar rutas y estrategias comunes dentro del espacio soberano de cada nación puede ser fuente de tensiones. Algunos proyectos de integración, a pesar de sus problemas y retrocesos eventuales, soportan el paso del tiempo y profundizan su alcance con el transcurrir de los años. Otros, como la , revelan sus costuras de saque y parecen cada vez más encaminados a la desaparición o a la intrascendencia internacional.

Colombia, de hecho, parece haber puesto a esta última organización a un paso más cerca de su destino último. Carlos Holmes Trujillo, canciller colombiano, anunció en su primera rueda de prensa la semana pasada algo que se había mencionado ya durante la campaña del actual presidente Iván Duque: Colombia ha tomado la “decisión política” de retirarse de la Unasur. Al mismo tiempo, mencionó que su país está en conversaciones con Argentina, Chile y Perú para organizar una salida conjunta. La razón, como se sabe, es la falta de firmeza de la organización para enfrentar lo que sucede en Venezuela. Según Holmes Trujillo, la Unasur se ha convertido en un “cómplice de la dictadura venezolana”.

A decir verdad, la Unasur no pasaba ya por un buen momento. En abril de este año, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Perú –que representan casi al 70% de la población de Sudamérica– tomaron la decisión de suspender indefinidamente su participación. El bloqueo de Venezuela y Bolivia al nombramiento de un nuevo secretario general motivaron en parte su alejamiento, que vino además con reducción del financiamiento de la organización.

Desde sus inicios con el impulso de líderes como Lula da Silva y Hugo Chávez, la Unasur fue concebida como una institución más de oposición a la influencia norteamericana en la región que de unión propositiva entre sus países miembro. Cuando quedó claro que el alineamiento ideológico del bloque interrumpía las metas concretas de intercambio comercial, apertura de fronteras, proyectos de infraestructura, o lucha contra la corrupción, y que el sentido de la institución había sido sustituido por los intereses políticos de turno, ya era demasiado tarde.

Unasur es, al fin y al cabo, una iniciativa en decadencia a la cual la situación de la dictadura venezolana le ha dado el golpe de gracia que demuestra su ineficacia.

Hoy, más bien, la tendencia regional apunta a la consolidación de subgrupos como la o el Grupo de Lima, que se trazan objetivos claros, medibles y sostenibles. La AP llama ya la atención alrededor del mundo por los resultados y la agenda de trabajo que mantiene. De hecho, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Singapur estarían interesados en unirse. Y en julio de este año, los países miembro de la AP recibieron el pedido de Ecuador de vincularse al grupo como Estado asociado, en línea con los nuevos vientos políticos del país.

En las actuales circunstancias de la región, el destino de la Unasur parecía, pues, inevitable. Colombia únicamente estaría dando el primer paso que otros países seguirán tarde o temprano si la coyuntura política no cambia. El resultado parece obvio. El secreto para el éxito de los proyectos de integración multinacionales en realidad no lo es tal: las alianzas, uniones u organismos que aspiren a perdurar y ganar influencia deben lograrlo con base en metas concretas que mejoren la calidad de vida de sus ciudadanos, no con base en proyectos políticos personales.