Editorial: Apocalípticos e impugnados
Editorial: Apocalípticos e impugnados

En nuestro país, el paso por el poder suele ser devastador para los partidos que triunfan en las elecciones generales. Para comprobarlo, basta recordar la forma en que las candidaturas presidenciales de Perú Posible y el Apra acabaron frustrándose en los comicios que siguieron a sus respectivas administraciones y la pobre votación que en cada caso recogieron sus listas parlamentarias.

En el 2006, efectivamente, tras las sucesivas declinaciones de Jeannete Enmanuel Tejada y Rafael Belaunde Aubry, el toledismo llegó sin aspirante presidencial a la votación; y en el Congreso, solo consiguió colocar dos representantes. Algo parecido, por otro lado, sucedió con el Apra en el 2011, pues ni bien empezó la campaña, Mercedes Aráoz renunció a encabezar la plancha con la que ese partido aspiraba a permanecer en Palacio y, tras el nuevo paso por las urnas, su bancada legislativa se redujo de 36 a 4.

El descalabro que parece anunciar la crisis producida en estos días en torno a la lista nacionalista al Parlamento, sin embargo, promete superar esas dos experiencias. Como en esos casos, lo ocurrido tiene todos los visos de ser consecuencia de las luchas internas por las mejores ubicaciones para capitalizar la escasa votación que el oficialismo podría recibir el 10 de abril. Pero el extremo de que el personero legal del partido haya impugnado su propia lista congresal menos de 24 horas después de haberla presentado es inédito.

Los problemas se habían anunciado ya con ocasión de la conformación de la plancha presidencial (en la que Daniel Urresti fue colocado, para ser luego reemplazado por Milton von  Hesse, para finalmente ser repuesto). Pero las inclusiones del coreógrafo Óscar Alejandro Benites (más conocido como ‘Zumba’) y el cuestionado legislador Heriberto Benítez, así como la exclusión de la ex primera ministra Ana Jara en la nómina congresal, pusieron en evidencia el nivel de descomposición al que habían llegado las cosas en Gana Perú.

Las críticas por lo que significaba dejar fuera a uno de los cuadros más importantes del nacionalismo y acoger al mismo tiempo a un artista que, aunque muy respetable, daba la impresión de haber sido reclutado por su popularidad antes que por alguna virtud política, y a un parlamentario cuestionado por sus vinculaciones con el caso de la ‘Centralita’, no se hicieron esperar. Y entonces empezaron las recriminaciones internas y las lavadas de manos.

La señora Heredia se apresuró a puntualizar que la presidencia del partido no había participado en la conformación de la lista, mientras que otros voceros del oficialismo señalaban como responsable de todo a la asamblea de delegados que eligió a los postulantes, como si no se tratara de una instancia a la que ellos le delegaron poder para que hiciese lo que hizo.  

El candidato presidencial Daniel Urresti, por su parte, lanzó en los medios declaraciones que ponían en cuestión la existencia de algún grado de democracia interna en el partido humalista. “No quiero que el señor Benítez vaya en mi lista, ni el señor ‘Zumba’”, dijo. Y lo siguiente que supo la opinión pública es que, por presuntas infracciones en el modo en el que había sido elegida, la lista había sido impugnada, como referíamos líneas arriba, por el propio personero de la agrupación.

Como es de público conocimiento, vino luego la presentación de una nueva lista ‘corregida’, en la que los dos integrantes cuestionados ya no figuraban y la señora Jara, sí. Y en la que, además, los números asignados originalmente a los aspirantes que todavía sobrevivían en la nómina habían sido cambiados en más de un caso. Todo esto, so pretexto de presuntos ‘errores’ y faltas a los estatutos internos del partido al momento de haberse procedido a las elecciones.

En la medida en que estas enmiendas se han hecho con muchos de los plazos ya vencidos, no es claro que, a criterio del Jurado Nacional de Elecciones, los nuevos candidatos vayan a prevalecer sobre los antiguos. Y esto, sumado a la amenaza de Urresti de renunciar a su postulación si “esto se tuerce”, pinta un escenario apocalíptico para las proyecciones del oficialismo en estos comicios.     

Pero más allá de eso, lo que una vez más queda claro, es que en el Perú los partidos no consiguen ser todavía instituciones que aspiren a sostener un discurso y una actividad consistentes a lo largo de la historia, sino solo estructuras hechizas o plataformas de lanzamiento de un candidato al poder, que luego sufren el abrasamiento de ese despegue y solo difícilmente sobreviven. Todo lo contrario a lo que necesita una democracia madura.