Precisamos, en realidad, que Ejecutivo y Legislativo caminen a este respecto acompasados para por fin darle institucionalidad al Perú. (Foto: Presidencia)
Precisamos, en realidad, que Ejecutivo y Legislativo caminen a este respecto acompasados para por fin darle institucionalidad al Perú. (Foto: Presidencia)
Editorial El Comercio

Anoche, el presidente dio un mensaje a la nación en el que convocó a una legislatura extraordinaria para este miércoles a fin de que el debata y vote una , atada a los cuatro proyectos de reforma constitucional que anunció en 28 de julio.

El gesto ha sorprendido porque, si bien el afán de imprimirle celeridad a un proceso de cambios pendientes desde hace demasiado tiempo se había hecho evidente en el semanas atrás, nadie pensaba que el resorte constitucional al que ha apelado ahora el mandatario iba a ser activado mientras los proyectos estaban siguiendo su cauce en el Legislativo y ni siquiera los plazos para cumplir con el cronograma idealmente esbozado por los voceros del gobierno estaban vencidos.

En esa medida, en momentos en que la necesidad de los cambios se revela tan urgente como la de serenidad –de todas las partes– para sacar el esfuerzo adelante, la ruta señalada por el jefe del Estado podría no resultar la más efectiva para conseguirlo; tanto por el apuro en sí mismo como por el escalamiento en la crispación política que el tono del anuncio supone.

La premura, por un lado, entraña efectivamente riesgos, pues no debemos olvidar la existencia de voces que discuten la pertinencia de una cuestión de confianza en este escenario. De hecho, hay una controversia legal sobre la materia que merecerá pronto un pronunciamiento del Tribunal Constitucional.

Pero no podemos tampoco soslayar la otra cara de la moneda: desde la orilla del fujimorismo la provocación ha sido constante. Las postergadas decisiones de parte de las comisiones de Justicia y Constitución, y la frustrada sesión del pleno de este jueves han operado sin duda como un acicate para la medida adoptada ahora por el mandatario y han abonado a la teoría de aquellos que señalan que, en realidad, el Congreso no tendría mayor interés que entrampar las reformas para no darle al Ejecutivo la baza de haberles ganado la iniciativa.

Y aunque es cierto que los proyectos, como hemos dicho en estas páginas, eran perfectibles, es imposible también dejar de mencionar los cambios que buscó realizar el Congreso y que, de alguna u otra manera, hubieran desnaturalizado el espíritu de las reformas y lucen más bien como una incitación. Ahí estuvieron, por ejemplo, la introducción para que el Parlamento designe al jefe de la ONPE o la modificación para que el CNM no pueda revisar los nombramientos de jueces anteriores que pueden estar viciados.

En general, la circunstancia de que, según registran las encuestas, las propuestas de reforma hayan sido bien recibidas por la ciudadanía no debería ser entendida como una señal de ventaja para ninguno de los dos poderes en pugna, sino como una demanda de compromiso para que las expectativas de una mayoría de los peruanos no sean decepcionadas como en otras oportunidades.

Precisamos, en realidad, que Ejecutivo y Legislativo caminen a este respecto acompasados para por fin darle institucionalidad al Perú. Y, en ese contexto, cabe preguntarse si el planteamiento de anoche ofrece alguna posibilidad distinta a la de la confrontación.

A nuestro entender, por difícil que parezca, existe una vía de salida, pues si el presidente del Consejo de Ministros –que es quien debe hacerlo– pide la confianza en torno a los proyectos de reforma y la representación nacional se la da, en algún sentido todos ganan. El jefe del Estado se lleva lógicamente el mérito de haber logrado algo positivo, pero también Fuerza Popular y las otras bancadas que pudieran estar generando la impresión de ser contrarias al cambio que se busca quedarían como dispuestas a apoyar y capaces de poner el bien del país por delante.

¿No estarían acaso las energías puestas hasta ahora en un pulseo estéril mejor invertidas en perfeccionar y presentar pronto las propuestas?

El revés del razonamiento anterior, además, es también cierto. Es decir, si en este proceso pierde una de las partes, en el fondo perderán las dos. Y ese es un límite que seguramente ninguna de ellas querrá trasponer.