"No resulta extraño que un ministro que se estrena en el cargo busque imprimirle a su cartera características que tengan sentido con las metas que se ha trazado" (Ilustración: Giovanni Tazza)
"No resulta extraño que un ministro que se estrena en el cargo busque imprimirle a su cartera características que tengan sentido con las metas que se ha trazado" (Ilustración: Giovanni Tazza)
Editorial El Comercio

El domingo pasado, la Unidad de Análisis Político de este Diario publicó un informe sobre la duración de los directores generales –los brazos operativos de las diversas carteras dentro del Gabinete– en sus respectivos ministerios. Según la información pública consultada, estos funcionarios se mantienen en el puesto por un promedio de apenas 7 meses y 26 días, una circunstancia que, al involucrar a quienes están obligados a concretar las iniciativas del Ejecutivo, pone en entredicho la eficiencia con la que este puede sacar adelante sus planes.

La situación descrita se hace más patente cuando se toma en cuenta la duración de los directores generales en algunas carteras específicas. Por ejemplo, en el caso del Ministerio de Educación –que se ha visto particularmente afectado por los enfrentamientos políticos entre el gobierno y el Congreso–, estos funcionarios permanecen en el puesto por un promedio de 189 días (poco más de medio año). Un cuadro que empeora en los ministerios de Defensa (188 días) y Salud (154 días); y toca fondo en el de Desarrollo e Inclusión Social (123 días).

Es evidente que la alta rotación de este tipo de funcionarios tiene que ver, a su vez, con los cambios constantes que suelen darse en el Gabinete. Como informó este Diario a mediados del año pasado, el Perú ha tenido –desde el gobierno de Valentín Paniagua– un promedio de 14,5 ministros por cartera, mientras que nuestros pares de la Alianza del Pacífico (Chile, Colombia y México) no superan los 8. De hecho, solo en los casi 3 años del gobierno de Peruanos por el Kambio el promedio de titulares por ministerio es de 4,2.

No resulta extraño que un ministro que se estrena en el cargo busque imprimirle a su cartera características que tengan sentido con las metas que se ha trazado y que podrían ser distintas, de alguna u otra manera, a las de su predecesor y que por ello opte por cambiar de directores generales. No obstante, es evidente que esto ocurre a expensas de la eficiencia que deberían procurar los ministerios, considerando que con cada director removido se inicia un período de adaptación para quien lo reemplaza y, así, un lapso en el que no puede cumplir a cabalidad sus responsabilidades.

Por otro lado, la pertinencia de estos frecuentes cambios también resulta cuestionable. A diferencia de los ministros, que son nombrados como valedores políticos de la visión del gobierno de turno, los directores generales tienen un origen técnico que debería poder adaptarse a las exigencias de los que encabezan el sector al que están asignados. De hecho, la experiencia acumulada por un funcionario que ha ostentado un cargo por largo tiempo puede hacer más fácil el camino a los resultados que sus superiores buscan.

Dicho esto, es importante señalar que desde este Diario no nos oponemos al despido de aquellos funcionarios que, según el criterio de quien les ofrece el puesto, no logran cumplir con las exigencias que se les plantean. Sin embargo, nos enfrentamos a un caso distinto cuando la estabilidad en un cargo es esencial para que el trabajo que desempeña un ministerio se mantenga y cuando las remociones parecen sustentarse, en su mayoría, en un intento de los nuevos miembros del Gabinete por entallar sus sectores a su medida. Si bien es valioso que la nueva cabeza de un sector venga con ideas propias, la ejecución de estas no debe producirse en desmedro de la continuidad de las que ya se están implementando con gran expectativa de parte de la ciudadanía.

Con todo esto en mente, y considerando que difícilmente podemos esperar que los actuales miembros del Gabinete se mantengan en sus puestos hasta el 2021, es importante que se pondere la verdadera pertinencia de remover de sus cargos a los directores generales –ejercicio similar al que debería hacer el gobierno con sus ministros–. De esto dependerá la futura eficiencia del gobierno y , a la larga, el bienestar del Perú.