Editorial: Banderas políticas
Editorial: Banderas políticas
Redacción EC

El pobre nivel de nuestros representantes dejó de ser sorpresa hace bastante tiempo. Solo unos días atrás, el Congreso de la República aprobó la suspensión de y Víctor Crisólogo por su participación en el Caso ‘’, la de Víctor Grandez por su complicidad en presuntos delitos de prostitución infantil y la de José León por ocultar el haber alquilado un inmueble a un narcotraficante mexicano. Así, los cuatro legisladores suspendidos se suman a una extensa lista de colegas suyos que, durante este período de gobierno, han sido sancionados por estar involucrados en delitos o trances que plantean un conflicto ético con el cargo que ostentan.

Fuera del Legislativo, lamentablemente, la situación no resulta más alentadora. Según la Procuraduría Anticorrupción, el año pasado, de los 1.841 alcaldes en el país, el 92% era investigado por peculado, malversación de fondos, negociación incompatible o colusión. Y de ellos, el 50% tentó la reelección. 

¿Cómo permitimos el ingreso de elementos así en las instancias de poder que nos representan? Pues quizá la respuesta se encuentre en la volatilidad de las organizaciones que los ofrecen a los electores.

Basta observar, en efecto, una breve sucesión de comicios en el país para comprobar cómo los partidos que muchas veces acogen a este tipo de candidatos nacen y desaparecen sin dejar huella. Así, las instituciones políticas son vistas como una simple obligación para cumplir menesteres electorales o como comandos de campaña al servicio de una persona. Es decir, más allá de los candidatos a los que lanzan ocasionalmente, estos movimientos carecen de representatividad real o de militantes que deseen hacer auténtica vida partidaria. Peor aun, al no existir una ‘marca’ que trascienda en el tiempo, es inútil pensar en sancionar políticamente a los cascarones que presentan a quien luego se convierte en un funcionario cuestionado. 

Mientras en otros países ser candidato suele ser el premio a una vida de militancia y aptitudes demostradas, en el Perú no existen filtros reales para quien aspire a ostentar un cargo público, sea este un puesto en el Congreso, una alcaldía o incluso la presidencia. Así, la historia muestra que quien quiera participar en un proceso electoral puede, por un lado, fundar su propio movimiento y hasta hacer coincidir las siglas que lo identifican con las de su nombre. 

Y, por otro, si por algún motivo la persona no pudiera lograr la inscripción de una agrupación política para los comicios de su interés, las alianzas con algún partido con inscripción vigente o las incorporaciones de última hora en alguno de ellos suelen ser las opciones más socorridas. ¿Alguien sabe, por ejemplo, hace cuánto tiempo milita en Todos por el Perú , el virtual postulante de esa organización en la contienda presidencial del próximo año? 

La fragilidad de nuestro sistema democrático permite que partidos debilitados, lejos de actuar como filtro al momento de elegir a sus candidatos, sirvan como vientre de alquiler y endosen respaldos a partir de consideraciones muy ajenas a las de la afinidad ideológica y la reputación de la ‘marca’ que los identifica.

¿Cree por ejemplo alguien que el desfallecido partido Unión por el Perú se hubiese hecho responsable de los eventuales estropicios de un gobierno de Ollanta Humala si este hubiese sido elegido en el 2006? No obstante, pese a las marcadas diferencias ideológicas entre el partido fundado por Javier Pérez de Cuéllar y la propuesta radical que traía el nacionalismo, los primeros no dudaron en prestar en ese proceso su institución a un candidato con posibilidades electorales y sin inscripción vigente en el JNE.

Es imperativo, en consecuencia, realizar una verdadera reforma de la democracia partidaria si queremos afianzar las bases de nuestras organizaciones políticas. Sin un cambio en la Ley de Partidos Políticos que asegure la democracia interna y la institucionalidad que debería regir en cada partido, los gobiernos de turno no serán sino el resultado de nuestra informalidad política y seguiremos siendo representados por ‘robacables’, ‘comeoros’ y ‘comepollos’. 

La calamitosa calidad de nuestros gobernantes no mejorará mientras las agrupaciones políticas que respaldan estas candidaturas sigan sirviendo únicamente como banderas en la campaña electoral. Es decir, ornamentos decorativos sin control sobre lo que representan y cuya única función es distinguir al candidato.