Editorial: La billetera imaginaria
Editorial: La billetera imaginaria

La segunda vuelta electoral a disputarse entre Keiko Fujimori de Fuerza Popular (FP) y Pedro Pablo Kuczynski de Peruanos por el Kambio (PPK) ha sido catalogada como un triunfo del modelo económico que, aunque bastante incompleto, se mantiene vigente en el Perú desde la década de los noventa.

Sin embargo, el que los programas de los dos partidos que pasaron a la segunda vuelta contrastaran tan marcadamente en lo económico con el que quedó tercero y proponía un radical cambio de modelo no quiere decir que los primeros no ofrezcan algunos riesgos heterodoxos en el manejo económico que prometen. Riesgos que deben ser señalados y combatidos, para que el Perú pueda tener una economía cada vez más libre y, consiguientemente, más propicia para la creatividad, la inversión, el crecimiento y su invariable consecuencia, la reducción de la pobreza.

Tanto FP como PPK, por lo pronto, parecen tener una excesiva confianza en el gasto público como eje promotor de la economía. Ambas agrupaciones proponen aumentarlo y ninguna apela a la disciplina fiscal como concepto rector del manejo presupuestal.
En este último sentido FP ha dado los ejemplos más preocupantes. Su candidata ha señalado reiteradas veces que su agrupación tomaría recursos del Fondo de Estabilización Fiscal para convertirlo en “una gran locomotora de un crecimiento con características inclusivas”. Es decir, propone gastarnos, mediante gasto público, el pan que hemos venido ahorrando para ese mayo que siempre llega.

Keiko Fujimori también ha dicho que quiere representar a millones de voces que “reclaman una mayor presencia del Estado para pisar el acelerador de la economía”. Ello incluye cosas como programas de incentivos (o sea, privilegios) para el comercio exterior, descuentos tributarios para quien contrate a jóvenes, y “armonizar” el Plan de Diversificación Productiva, que no es otra cosa que dar beneficios a quien va por la ruta que el gobierno cree mejor.

Algunos representantes de FP, por otra parte, han hecho propuestas todavía más preocupantes. Octavio Salazar, del equipo de seguridad ciudadana, ha dicho que el planteamiento de su partido consiste en “incrementar progresivamente el presupuesto destinado a seguridad ciudadana hasta llegar al 5% del PBI para tener recursos iguales a los de educación y salud”. No queda claro si en FP han hecho las sumas necesarias como para entender que llevar las tres partidas –seguridad, educación y salud– a ese nivel de gasto demandaría 80% de lo recaudado por la Sunat, dejando todo el resto de la administración pública con un quinto del presupuesto para operar.

En el caso de PPK se propone reducir impuestos, lo cual es algo con lo que, por principio, estamos de acuerdo todos los que creemos que la más potente y certera locomotora del crecimiento es la del emprendedurismo privado. Pero al mismo tiempo se propone aumentar el gasto, para ampliar el déficit fiscal hasta llegar a 3% del PBI. Es verdad que el número está todavía dentro de lo aceptable pero preocupa que el partido no haya enseñado ningún tipo de proyecciones de ingresos y gastos para demostrar cómo la reactivación de la economía que lograría su reducción de impuestos compensaría los ingresos fiscales lo suficiente como para financiar todas sus muchas propuestas de incremento de gasto público sin superar ese 3%.

Por otro lado, buena parte del gasto público que el candidato de PPK ha planteado en diferentes momentos de su campaña se parece mucho a las propuestas populistas de toda la vida. Por ejemplo, hacer bancos de fomento o crear dos nuevos ministerios (incluyendo uno “para los jóvenes”).  Para no hablar del riesgo trasversal que, con la calidad de administraciones públicas regionales y locales que tenemos (algunas excepciones aparte), supone decirle “chau, chau” al organismo que filtra los proyectos de gastos estatales (el SNIP).

Desde luego, al lado de lo que proponía económicamente la candidatura que quedó en el tercer lugar, estos dos candidatos parecen representantes de la escuela austríaca. Pero el Perú tiene aún demasiada pobreza (un quinto de la población) y su nueva clase media está demasiado poco consolidada como para que quienquiera que nos gobierne estos cinco años pueda darse el lujo de este tipo de veleidades que constituyen obstáculos del desarrollo. Especialmente cuando el país ha demostrado no estar aún suficientemente alejado de los cantos de sirena de quienes quisieran deshacer todo lo mucho que se ha avanzado (como no nos cansaremos de repetir, la pobreza en 1990 alcanzaba a más del 60% de la población) en aras de unas ideas que han fracasado estrepitosamente ahí donde se han aplicado, incluyendo, ciertamente, al Perú de hace no tanto.