Editorial: Caras y caretas
Editorial: Caras y caretas

Para muchos, el fujimorismo se ubica en las antípodas de los movimientos reformistas –más ligados a la izquierda política– que favorecen una mayor intervención del Estado en la economía y una menor intromisión en las libertades civiles o individuales. El partido de Keiko Fujimori fue llamado “neoliberal” en materia económica durante parte de la primera vuelta y también “conservador” en términos sociales.

Sacudirse el primer apelativo es relativamente fácil. Como hemos mencionado en editoriales anteriores, ni el fujimorismo fue verdaderamente liberal, ni favorece hoy la reducción del Estado –ahí está su abierto apoyo a la explotación del lote 192 por parte de Petro-Perú para confirmarlo–. En todo caso, las interrogantes de qué es exactamente “neoliberal” y cómo así el fujimorismo lo es más que casi todos los otros partidos que estuvieron en contienda electoral quedan también en el aire.

Zafarse del segundo epíteto –o cuanto menos matizarlo–, sin embargo, está probando ser mucho más complicado para el partido naranja. Durante su recordada presentación en la Universidad de Harvard el año pasado, la señora Fujimori pareció dar un giro importante hacia posiciones más distantes del conservadurismo político y social con que se le había vinculado a su partido en los últimos años. No solo respaldó entonces el trabajo de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), sino que se mostró a favor de la unión civil –hecho que motivó la renuncia del congresista Julio Rosas, pastor evangélico–. Sobre esto último, en concreto, la candidata señaló que estaba “a favor de la unión civil en cuanto se refiere a respetar los derechos patrimoniales de las parejas, mas no en la adopción de niños”. 

Lo curioso es que, a inicios de esta semana, Keiko Fujimori firmó un compromiso para “asumir plenamente la defensa de la familia conformada por un varón y una mujer, rechazando la unión civil conformada por personas del mismo sexo, y en consecuencia el matrimonio homosexual”. Para explicar la contradicción con respecto a sus declaraciones pasadas, la candidata argumentó que esta era solo aparente, puesto que –al mencionar la unión civil– solo se refería a que ella está a favor de garantizar los derechos patrimoniales, pero no respecto de la adopción entre parejas del mismo sexo.

El uso de la expresión por parte de la señora Fujimori, no obstante, resulta un tanto antojadizo. La unión civil, tal y como fue planteada en el Perú, jamás incluyó la adopción y ciertamente trasciende los aspectos patrimoniales. Temas como la nacionalidad, el estado civil, las decisiones en caso de extrema urgencia, y otros, forman también parte del concepto, desarrollados además en un proyecto de ley que lleva por título el mismo término que primero respaldó y luego rechazó. 

La sensación, por ello, es que el giro de la candidata hacia posiciones más socialmente progresistas fue poco sincero desde el inicio. Al vaciar de contenido a la unión civil es poco lo que se puede entender como progresista o liberal al respaldarla. La impresión de insinceridad se ratifica no solo en vista del compromiso asumido frente a parte de la comunidad evangélica, sino en la medida en que este fue propuesto por el pastor evangélico Alberto Santana, personaje que durante la ceremonia en la que participó la candidata tuvo expresiones de intolerancia y menosprecio inaceptables hacia la comunidad LGBT.

A pesar de que la señora Fujimori –luego del evento con la comunidad evangélica– manifestó su desacuerdo con las expresiones del pastor Santana, no se puede pasar por alto que las proferidas en aquella actividad no eran ni las primeras ni las más despectivas usadas por dicho personaje. 

En cualquier caso, el círculo de simpatizantes del que recibió gustosamente el aplauso y los acuerdos alcanzados durante el cónclave sirvieron para reconfirmar que el fujimorismo, cuando no “neoliberal”, por lo menos sigue siendo tan conservador como antes.