Editorial El Comercio

Buena parte del Gabinete liderado por Aníbal Torres está en la mira del Congreso y ha hecho méritos de sobra para estar ahí. Sobre los titulares de los ministerios de Energía y Minas, Interior, Trabajo, Desarrollo Agrario, entre otros, se acumula un rosario de acusaciones de diverso calibre, desde malos manejos hasta llana incompetencia. Naturalmente, esto solo viene a tono con lo que han sido los gabinetes desde julio pasado.

La historia es distinta para el que tradicionalmente ha sido el ministerio más poderoso del grupo. En el Ministerio de Economía y Finanzas (), la presencia de es una grata excepción en un Gabinete en el que los nombramientos controversiales son la regla. Graham, como se recuerda, es ingeniero económico de la Universidad Nacional de Ingeniería, con décadas de experiencia en política económica a través de sus pasos por el Banco Central de Reserva, el Ministerio de la Producción y el propio MEF. Bajo su liderazgo, el MEF puede mantener la senda responsable que lo ha caracterizado durante las últimas tres décadas.

Es justo preguntarse, sin embargo, por el nivel de influencia que el MEF ha alcanzado en el Gabinete Torres. En ciertas batallas decisivas, Graham ha logrado imponerse. El caso más reconocido es el de Petro-Perú. Ahí, por ejemplo, el MEF pudo enmendar la plana al Ministerio de Energía y Minas en una confrontación que terminó con la salida de Hugo Chávez Arévalo de la gerencia general.

Pero los triunfos no han sido abundantes. En la decisión de aprobar o no en Consejo de Ministros el proyecto de ley que promovía una asamblea constituyente, el MEF se habría abstenido de votar y no pudo disuadir al resto. Cuando ha existido discrepancias con respecto a las perspectivas del Ministerio de Trabajo, encabezado por Betssy Chávez, esta última se ha impuesto. El ejemplo más claro fue el decreto supremo que limita la tercerización laboral, firmado y publicado a pesar de la contundente opinión negativa del MEF.

Un caso reciente de esta misma dinámica fue la firma –con ceremonia y celebración incluida– el viernes pasado de la ley que permite un sexto retiro del sistema de pensiones. El MEF, que se había opuesto a la norma, no logró encontrar peso suficiente en el Gabinete para lograr la observación de parte del Ejecutivo.

El ministro Graham, sin duda, tiene un papel sumamente complicado que desempeñar. Por un lado, tiene la responsabilidad de mantener desde el Gobierno una política económica adecuada que permita promover la inversión, recuperar empleos y reducir la pobreza. Eso lo debería forzar a confrontar con regularidad las iniciativas más peligrosas de sus improvisados colegas.

Pero, por otro, el ministro Graham debe cuidar, dentro de lo razonable y tolerable, su propia viabilidad política. Enfrentar públicamente cada desatino –aun cuando no existan probabilidades de ganar en la puja política dada la naturaleza del Ejecutivo del presidente Pedro Castillo– lo llevaría rápidamente fuera del Gabinete. En circunstancias normales, ese debería ser el destino final de un ministro responsable y consecuente, pero estas no son circunstancias normales: si su reemplazo a la cabeza del MEF repite las características habituales de los actuales ministros del Gabinete Torres, el país se hallaría en un problema sumamente serio.

El MEF debe volver a encontrar los canales de influencia que lo hicieron el ministerio más poderoso. Mientras tanto, elegir con cuidado cuáles son aquellos asuntos en los que no se puede ceder, y en cuáles se puede tranzar, será parte de la dinámica. Si, más bien, su pérdida de influencia se hace progresiva y manifiesta en los próximos meses, la última carta que tendrá que jugar será la renuncia del propio ministro.