Editorial El Comercio

Decía en que le concedió a este Diario un mes atrás que de niño disfrutaba explicándoles a sus compañeros de colegio “cómo funcionaba todo”. “Creo que tenía un poco de vocación de profesor. Me gustaba explicar”, recordaba. Para quienes fuimos sus lectores durante más de cuatro décadas, don Tomás no fue solo un divulgador científico; fue, por sobre todas las cosas, un maestro que utilizó las páginas de este Diario como pizarras en las que exponía sobre conceptos y sucesos complejísimos de la manera más amena posible. Lo de maestro, además, no es solo una metáfora; se cuenta que profesores y alumnos de todo el país solían recortar sus publicaciones para luego pegarlas en los periódicos murales de sus escuelas por lo didáctico de sus explicaciones.

el último domingo, a los 92 años (41 de ellos como columnista de El Comercio), dejando tras de sí un vacío imposible de reemplazar. Había nacido en Polonia, en el lejano 1930, y llegado al Perú de niño, un país en el que –desde muy joven y a lo largo de toda su vida– se dedicó a despertar y espolear vocaciones científicas, una labor tremendamente encomiable si tomamos en cuenta que, por estos lares, la ciencia no es precisamente un tópico que despierte pasiones. En ese sentido, no es difícil imaginarse a don Tomás como una especie de ‘Llanero Solitario’ que, sin embargo, nunca cejó en su labor de divulgación científica, a la que se volcó con un profesionalismo sin fisuras y a la que siguió cumpliendo con textos tan entretenidos como coyunturales hasta poco antes de su muerte.

Basta con repasar, por ejemplo, sus artículos de los últimos tres años para notar su versatilidad no solo de conocimientos, sino también de inquietudes, y que van desde hasta el telescopio espacial , desde los avances médicos en la hasta el , y desde hasta la . Precisamente, durante la pandemia es que su labor adquirió la importancia que merecía y cuando se volvió una guía de obligatoria lectura para los ciudadanos y, principalmente, para quienes nos dedicamos a este oficio.

Hoy que ya no está resulta imposible no pensar en todas las veces en las que insistió en la importancia de que el periodismo se comprometiera con la ciencia. Una alerta que cayó con todo su peso en marzo del 2020, cuando, de la noche a la mañana, los periodistas nos vimos leyendo sobre cuarentenas, vacunas y mutaciones de virus, y aprendiendo términos como ‘inmunidad del rebaño’, ‘curva de contagios’ o ‘prueba de antígenos’ de los que jamás habíamos escuchado, y que hoy nos tiene aprendiendo sobre inteligencias artificiales y globos espías.

Ciertamente, el compromiso de este Diario con la divulgación científica no nació con don Tomás. En 1901 nuestro director Óscar Miró Quesada de la Guerra (Racso) cuando ni siquiera existía el periodismo científico como tal, quizá avizorando la importancia que este tendría en el siglo XX. Racso escribió sobre los postulados de Sigmund Freud, la teoría de la relatividad de Albert Einstein (que le valió el agradecimiento epistolar del genio alemán) y la carrera espacial. Fue y una pluma sin igual en este campo. Don Tomás Unger se encargó acaso de darle a esta labor un impulso y una relevancia sin parangón en la historia de la prensa peruana y nos deja una lección que todos los medios y las facultades de periodismo del país deberíamos recoger.

En la ya referida entrevista, don Tomás, cuya curiosidad lo llevó a viajar, físicamente, por los destinos más exóticos (destaca, por ejemplo, su expedición a la Antártida junto al Instituto del Mar del Perú) y, mentalmente, más allá de los confines de nuestra galaxia, le dijo a nuestro colega Bruno Ortiz que le gustaría creer “que he ayudado a informar”. Hoy, que emprende su último viaje hacia la eternidad, podemos decirle que lo hizo con creces y que su estela ha iluminado y seguirá iluminando el camino de todos aquellos a los que sus columnas nos enseñaron que la ciencia puede ser tan enriquecedora como divertida.

Gracias por todo, maestro.

Editorial de El Comercio