Editorial: La enojosa democracia
Editorial: La enojosa democracia

En la competencia por el poder, todos los sectores políticos suelen arrogarse el título de ser quienes hablan a nombre de  ‘el pueblo’ o ‘las mayorías’. Por eso, las elecciones son una buena idea. Porque permiten que esas ‘mayorías’ hablen sin ningún intermediario. Porque le dan a cada ciudadano una porción igual de la responsabilidad de definir cómo se ha de conducir un país luego de esa consulta, y aseguran que, con el respeto de derechos inalienables de las minorías, ese gobierno se ejerza con arreglo a lo que desea una mayoría efectiva. Es decir, establecida no a partir de ciertas ínfulas retóricas, sino gracias al arduo conteo de los votos.

Aunque bastante obvia, esta verdad merece ser recordada periódicamente, pues conforme se aleja en el tiempo la actualización que el paso por las urnas provee respecto de tan medular dato, los políticos tienden a ignorarla.

En el debate parlamentario que siguió a la exposición inicial del primer ministro Fernando Zavala durante la sesión en la que este fue a pedir el voto de confianza de la representación nacional, por ejemplo, la vocera alterna de la bancada del Frente Amplio (FA) enfiló baterías contra la línea económica de lo expresado por él. “Es un discurso continuista. Es un discurso que está defendiendo el modelo que se fundamentó en la Constitución de 1993”, señaló. Y más adelante agregó: “Le decimos al señor Kuczynski y le decimos al señor Zavala que si su política va a ser ceder ante el chantaje de la mayoría dentro del Congreso, van a tener problemas, porque lo que tienen que hacer es responder a las necesidades de la mayoría de peruanos”.

En similar sentido, por otra parte, se manifestó también su compañero de bancada Hernando Cevallos, quien declaró a la prensa que en lo planteado por el primer ministro “no hay mayores cambios respecto al modelo que ha generado descrédito en un gran sector de la población”.

Y si bien a ambos los asiste, como a todos los legisladores, el derecho de decir lo que pensaban sobre el discurso y reafirmar en el camino las críticas al modelo económico que enarbolaron durante la campaña, lo que está en juego y en discusión es qué tan grande es ese “sector de la población” en el que el modelo habría “generado descrédito” o quién define cuáles son esas “necesidades de la mayoría de los peruanos”.

Junto a algunas otras organizaciones, el FA postuló las elecciones del 10 de abril como una confrontación entre quienes, como ellos, cuestionaban el modelo ‘ortodoxo’ y quienes alentaban su continuidad. Pues bien, fueron a las urnas y no solamente salieron terceros en la votación para el Ejecutivo (que es el que decide la línea económica del gobierno), sino que el respaldo alcanzado por las opciones que ellos llamaron ‘continuistas’ llegó al 70% del electorado.

¿Cómo extrañarse, entonces, de que entre las fuerzas que abogaron en la campaña por mantener la prudencia fiscal e insistir en el relativo abandono del controlismo y el intervencionismo que explican el crecimiento  económico y la reducción de la pobreza en los últimos 15 años se produzca algún tipo de consenso? ¿Con qué flema llamarlo ‘ceder ante un chantaje’ y objetar todo en nombre de unas ‘mayorías’ que las ánforas no registraron?

El FA puede ciertamente reclamarle al presidente Kuczynski que cumpla los compromisos que firmó con distintas organizaciones gremiales y colectivos – como la CGTP o los representantes de las comunidades nativas del país– durante la segunda vuelta, y denunciarlo si no lo hace. Pero no exigirle que cambie la orientación del modelo, que tiene que ver con los principios que lo animan y no con medidas aisladas, por populistas que estas puedan ser. Y eso es así, esencialmente, porque ese fue el mandato de la votación mayoritaria en las últimas elecciones. 

Reglas de la enojosa democracia que quienes se comprometen a vivir bajo su imperio tienen que respetar.