"Esta administración viene dedicándose, más que a gobernar, a gestionar (mal) las crisis en las que ella misma se coloca". (Foto: Presidencia)
"Esta administración viene dedicándose, más que a gobernar, a gestionar (mal) las crisis en las que ella misma se coloca". (Foto: Presidencia)
/ PRESIDENCIA
Editorial El Comercio

Usualmente, las elecciones generales ofrecen una oportunidad para separar la paja del trigo y sancionar a los políticos que actuaron mal en el lustro previo. Pero este año bastó con ver la lista de candidatos y monitorear el desarrollo de la campaña para saber que no había mucho de dónde escoger y que, sin importar quiénes ganasen la contienda, no tendríamos un presidente ni un Parlamento a la altura de nuestras necesidades.

La sorpresa de la elección terminó siendo, como se sabe, el que la ganó: , que resultó vencedor con la cifra de representación más baja de los últimos 30 años: solo lo eligió el 34,9% del electorado hábil.

Con Perú Libre en el poder, muchos de los temores que surgieron en la campaña, principalmente en la segunda vuelta, se confirmaron. Y si usualmente toma varios meses hacerse una idea de cómo le irá a una administración, la de Castillo necesitó solo una noche para mostrar sus costuras y dejar claro que lo que se vendría sería una combinación de desorden, opacidad e incompetencia. En un principio, por ejemplo, el mandatario aseguró que no despacharía desde Palacio de Gobierno, so pretexto de enfrentar taras “coloniales”, lo que lo llevó a celebrar reuniones sin registro en la ya famosa casa de Breña; un comportamiento que fue señalado como irregular por la contraloría.

Como se recuerda, el primer Gabinete, liderado por (investigado por apología del terrorismo, terrorismo y lavado de activos, y dueño de una retahíla de publicaciones homofóbicas, machistas y violentas), fue presentado en el Teatro Nacional sin acceso a la prensa, tras horas de incertidumbre y con la vergüenza de dos ausencias elocuentes (las de los titulares de Economía y Justicia, que juraron al día siguiente).

Pero ese equipo acumulaba más antecedentes policiales y judiciales que experiencia. No tardó en descubrirse, por ejemplo, que Iber Maraví, entonces titular de Trabajo, aparecía en atestados policiales por actos terroristas en Ayacucho, en la década de 1980, junto a Edith Lagos. El canciller Héctor Béjar registraba declaraciones en las que culpaba a la Marina y a la CIA por el surgimiento de Sendero Luminoso. El ministro de Transportes, por otro lado, arrastraba multas y vínculos con el transporte informal; el del Ambiente cargaba con un historial de denuncias por agresiones y acoso, y el de Cultura, las tenía por negociación incompatible.

Esta pésima elección provocó que, solo dos meses después, el presidente se viera forzado a efectuar cambios importantes en su equipo. Bellido fue reemplazado por la expresidenta del Congreso Mirtha Vásquez y, desde entonces, lo único que ha quedado demostrado es que los problemas de este gobierno son endémicos, pues los escándalos y las crisis no han cesado y todo sin que el presidente ofrezca explicaciones sobre su conducta. Destacan, por ejemplo, la interferencia de Castillo y su ahora exsecretario Bruno Pacheco en el proceso de ascensos en las Fuerzas Armadas y la caída en desgracia de este último por supuesto tráfico de influencias y el hallazgo de US$20.000 en el baño de su despacho.

Lo más grave, sin embargo, ha sido la continuación de las reuniones en Breña, a pesar de la advertencia de las autoridades. En particular, con personas asociadas a empresas, como la señora Karelim López, que integran consorcios que luego se beneficiaron con millonarios contratos con el Estado. La presentación de dicha lista de visitantes sigue siendo una promesa incumplida del Ejecutivo hasta hoy.

En buena cuenta, pues, esta administración viene dedicándose, más que a gobernar, a gestionar (mal) las crisis en las que ella misma se coloca. No hay un norte claro para sacar al país de la incertidumbre. El presidente guarda silencio y sigue sin ofrecer una sola entrevista. Para dar un espejismo de apertura, convoca reuniones en Palacio, pero sigue sin responder por los graves cuestionamientos que lo rodean. Quizá para él y sus colaboradores más cercanos su silencio esté justificado. La realidad, sin embargo, es que como país no podemos acostumbrarnos a un mandatario renuente a rendirle explicaciones a los ciudadanos. No parece coincidencia que el presidente que más escándalos ha desatado en sus primeros cinco meses de gestión sea el que menos respuestas ha ofrecido.