(Foto: El Comercio/Alessandro Currarino).
(Foto: El Comercio/Alessandro Currarino).
Editorial El Comercio

Ayer la facción de la bancada del que se autodenomina oficializó lo que, en la práctica, era hace tiempo un hecho evidente: del bloque que ostenta la titularidad de la inscripción y el nombre que los identifica ante el Jurado Nacional de Elecciones (JNE). Este sector, como se sabe, está mayoritariamente conformado por los congresistas que provienen de Tierra y Libertad y es liderado por .

Los renunciantes, sin embargo, no constituyen un grupo marginal. Son diez –es decir, exactamente la mitad de la bancada– y tienen un proyecto político propio, desarrollado bajo el liderazgo de la ex candidata presidencial .

Las pugnas entre estos dos bandos vienen, como decíamos, de tiempo atrás y alcanzaron quizás su momento crítico cuando el sector ‘aranista’ dispuso la de la bancada sobre la base de un reglamento interno cuya validez los representantes de Nuevo Perú discutían. Pero los motivos de confrontación han menudeado en realidad a lo largo de este año y han tenido que ver desde con asuntos deleznables (como la supuesta condición de ‘caviares’ o ‘pitucos’ de algunos de los parlamentarios) hasta con materias financieras (como el destino del ‘diezmo’ con el que los congresistas debían contribuir al sostenimiento de la organización política).

Así, la tensión finalmente no dio para más y ayer anunció la ruptura, al tiempo de sentenciar: “No perderemos ni un minuto más en peleas que nos distraen de los verdaderos problemas de los peruanos y peruanas”.

Más allá de la ironía que supone el hecho de que, a pesar de ser quienes más insisten en el prurito de la unidad, los izquierdistas acaben siempre divididos, lo cierto es que lo que ha ocurrido en el FA es un mal que atraviesa todo el espectro político. Véase, si no, los problemas que enfrentan en estos días Fuerza Popular y el Apra, por citar solo dos casos.

No obstante ello, es inevitable ponerse a pensar en lo que habría sido una administración conducida por los integrantes de ese frente si el resultado de las elecciones del 2016 hubiese sido otro. De hecho, en febrero de este año, cuando las divergencias entre Tierra y Libertad y Nuevo Perú eran ya patentes pero la sangre aún no llegaba al río, Marco Arana fue interrogado por la prensa sobre la suerte que, a su juicio, habría tenido un gobierno así, y su respuesta fue tajante. “”, dijo.

Y al parecer tenía razón, pues, en la medida en que las disputas entre los dos sectores del FA no son ideológicas, debemos asumir que son de poder. Y si la moderada dosis de poder que supone tener menos de la sexta parte del Congreso ha despertado esta confrontación, es de imaginar la que podría haberse desatado si llegaban al Ejecutivo… No estaríamos hablando en ese caso, seguramente, de un fiasco, sino de un fiascazo.

En ese sentido, es pertinente hacer una reflexión sobre la ligereza con la que se constituyó una opción electoral cuyas grietas eran visibles desde el principio. Así como no es legítimo que los integrantes de uno u otro sector del FA nos digan ahora que, al momento de conformar la coalición, no sabían que se estaban aliando con gente que pensaba que los emerretistas podían ser considerados presos políticos o que alentaba una discriminación sexista ultramontana, tampoco es admisible que se hagan de pronto los sorprendidos por la existencia de dos proyectos políticos y dos ambiciones de poder distintas dentro de la plataforma que ofrecieron como unívoca a los votantes.

Una circunstancia de la que habrá que hacer responsables a los representantes de cada una de estas facciones en los próximos comicios a los que se presenten. No vaya a ser que entonces quieran culpar también de esa engañosa inconsistencia suya al modelo.