Editorial: Las fichas del bien común
Editorial: Las fichas del bien común
Redacción EC

Esta semana el ministro de Educación venezolano, Héctor Rodríguez, hizo unas declaraciones que ya pertenecen a la posteridad. Su gobierno, dijo, no iba a “sacar a la gente de la pobreza para llevarla a la , para que después aspiren a ser escuálidos (es decir, opositores)”. A fin de impedir que esto suceda, afirmó, las políticas del gobierno contra la pobreza debían ir acompañadas por “mucha organización política, de mucho debate” (léase: “lavado mental”).

Desde luego, las declaraciones del ministro han sido mucho más que un lapsus personal. El señor Rodríguez ha expresado el supuesto implícito – y a veces también explícito– de todos los sistemas como el que el chavismo viene intentando implantar en desde hace ya 14 años. El supuesto, esto es, según el cual lo que importa no es el individuo y lo que este pueda querer para sí mismo, sino el bien de la colectividad (tal y como este es entendido por el partido de gobierno, claro está). 

En esta visión, el individuo solo vale en tanto que comparta este concepto del bien común. Su progreso no es un valor en sí, porque el individuo tampoco lo es: es más bien solo una ficha para el triunfo de “el bien común”. De hecho, su progreso puede ser una amenaza: puede volverlo escuálido.

Es curioso, es cierto, cómo los teóricos de este sistema no parecen notar ninguna contradicción en la idea de un “bien común” que está hecho a punta de libertades coactadas y de pensamientos prohibidos. Aparentemente, suponen que el individuo puede ser castrado en su individualidad y feliz a la vez. O tal vez sea el caso, como lo creía Edmund Burke, que no se trate de pensadores a los que les importen las personas de carne y hueso, sino tan solo la mucho más inspiradora (y a la vez etérea) “humanidad”, la misma a la que uno nunca se encuentra, cara a cara, en esta esquina o en la otra, y a la que, por consiguiente, es tanto más fácil imaginar según el gusto de las propias visiones , proyecciones y –también muchas veces– pulsiones. 

Esto último de las pulsiones, por cierto, no hay que subestimarlo. Al fin y al cabo, estos sistemas centralmente dirigidos siempre requieren de líderes que concentren el poder y los conduzcan hacia el bien común – alguien tiene que hacerlo–, y el enorme poder y “gloria” que estas figuras concentran han de ser tentadores para más de uno. Se puede incluso “vencer” a la muerte, sea embalsamado para recibir las peregrinaciones del público, como Lenin, sea en la forma de un “pajarito chiquitico”, como

En cualquier caso, el hecho es que este tipo de sistema colectivista siempre acaba siendo capaz de cometer las atrocidades más grandes contra personas concretas en nombre del progreso de “la sociedad” a la que estas forman. Así funcionaba el “socialismo real” de la Unión Soviética y así funciona la isla-cárcel-del-bienestar de . Y así funciona también Venezuela, donde los pobres deben seguir siendo pobres mientras no se pueda garantizar que, al dejar de serlo, no pasarán a oponerse a “la revolución”.

Vale la pena resaltar, por otra parte, que sí da en un blanco el ministro chavista cuando hace la conexión entre clase media y mayores posibilidades de que haya una oposición para un régimen como el que él representa. Y es que estar en la clase media no suele significar solo, como se piensa muchas veces, “tener más que perder” con una política económica basada en diversas formas de expropiación. No. Clase media significa también mayor acceso a la educación y mayor tiempo y tranquilidad para sopesar los diferentes aspectos de la vida (incluyendo el político) sin las presiones abrumadoras del que no tiene asegurada la subsistencia del día a día. Y significa, ciertamente, que uno no esté condicionado a ver como su salvador al gobierno que le regale lo suficiente para subsistir, y aun para ilusionarse, aunque lo mantenga al mismo tiempo en la pobreza. Por eso son tan perversos los regímenes que, como el del chavismo, se dedican a ayudar a quienes tienen menos recursos con puro asistencialismo: son la mano que da de comer al tiempo que te mantiene siempre bajo su poder. 

Por lo demás, para un ministro del régimen bolivariano, hablar del momento propicio para sacar a la gente de la pobreza, como si este fuese algo que estuviese bajo su control, es pura fanfarronería: a estas alturas el régimen chavista no podría combatir la pobreza aun si quisiera. Luego de más de US$430.000 millones de dólares gastados en “inversión social” durante más de una década, el régimen preside sobre un país que tiene escasez generalizada de productos básicos, una productividad que lleva años en caída libre, un déficit fiscal altísimo y una de las inflaciones más altas del mundo. 

No es en vano que estas semanas se han visto las primeras grandes manifestaciones opositoras en barrios pobres de Venezuela. Manifestaciones que demuestran que el señor Rodríguez puede haberse equivocado seriamente en un punto: dado suficiente tiempo y libertad, el “socialismo del siglo XXI” – como el del XX– parece producir resultados que hacen que no sea necesario, después de todo, llegar a ser de clase media para aspirar a ser escuálido.

Ser parte de la clase media significa no estar condicionado a ver como su salvador al gobierno que le regale lo suficiente para subsistir, y aún para ilusionarse, aunque lo mantenga al mismo tiempo en la pobreza.