Editorial: La firma de Acuña
Editorial: La firma de Acuña

El aspirante presidencial de Alianza para el Progreso (APP), César Acuña, parece ser una fuente inagotable de viejos y nuevos asuntos turbios que no pueden sino mermar su respaldo ciudadano. Hace un día, sin ir más lejos, mientras estábamos todavía envueltos en el intento de esclarecer si en el año 2000, tras ser elegido congresista por Solidaridad Nacional, visitó el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) para negociar un eventual cambio de bancada que favoreciera al fujimorismo, tal como declaró en el 2001 la antigua asistente de Vladimiro Montesinos, Matilde Pinchi Pinchi, este Diario destapó un nuevo escándalo relacionado con él.

En su edición de ayer, efectivamente, El Comercio reveló que la resolución de la Universidad César Vallejo (UCV) con la que el señor Acuña trató de desvirtuar las acusaciones que pesaban y pesan sobre él por haberse apropiado de la obra “Política educativa” del profesor Otoniel Alvarado, contenía una firma falsificada: la del profesor Eladio Angulo Altamirano, que en la época en la que supuestamente se emitió el documento se desempeñaba como secretario general de esa casa de estudios.

Hay que aclarar, antes que nada, que, así hubiese sido auténtica, la Resolución Rectoral 035-99 de la UCV no habría constituido ‘prueba’ alguna de que el libro en cuestión era producto de una ‘coautoría’ entre Alvarado y el postulante de APP (tal como él mismo y sus secuaces pretendían), por la sencilla razón de que un documento de ese tipo, por más sellos y rúbricas que lleve encima, no instaura la realidad. Sencillamente, es una declaración de parte de una organización privada que en este caso, además, pertenece a quien buscaba sacudirse de los cargos de plagio que comentamos. Es decir, una maniobra de distracción y nada más.

De cualquier forma, sin embargo, es sintomático que aun ese escrito de alcances esencialmente aturdidores incluyera una falsificación (recordemos que no solo cuatro peritos grafotécnicos, sino el propio Angulo Altamirano han señalado que es precisamente de eso de lo que hablamos en este caso), porque sugiere que estamos ante un patrón de conducta que expresa algo más que lo que cada uno de los escándalos en los que el señor Acuña se ha visto involucrado manifiesta.

Entre los plagios que se quieren hacer pasar por ‘omisiones’, las dádivas de dinero que se pretenden presentar como ‘ayuda humanitaria’ o la propaganda electoral encubierta bajo la forma de publicidad para alguna de sus universidades es posible, en efecto, identificar un factor común. A saber, el de la distorsión de la realidad por parte de Acuña o sus adláteres a través de alguna fórmula eufemística o una argumentación legal que no atiende al fondo del asunto, pero permite ganar tiempo (pensemos, por ejemplo, en su respuesta “No conozco y jamás me he reunido con Vladimiro Montesinos”, cuando la interrogante en realidad era si se había reunido en el SIN con David Mejía Galindo).

Esa misma adulteración de la verdad, no obstante, alcanza una dimensión nueva y mucho más grave cuando lo que se produce es la sustitución completa de la realidad por una versión falsificada de la misma, como en el caso del libro del profesor Otoniel Alvarado o el de la firma del ex secretario general de la UCV, que nos ocupa en este editorial.

¿Estamos con esta presunta ‘resolución’ ante un documento fabricado para la ocasión a fin de sortear la enésima acusación de plagio, o se trata de un escrito en el que hubo una firma falsa desde el principio y ahora solo sale a la luz? Eso es imposible de decir con la información disponible a estas alturas.

Pero lo que por lo pronto se puede aseverar sin temor a equivocaciones es que hay aquí una línea de comportamiento consistente. O, lo que es igual, que, paradójicamente, tras la firma falsificada del profesor Angulo Altamirano es posible detectar otra muy auténtica e indeleble, cuyo trazo viene acompañándonos a lo largo de todo este proceso.