Editorial: El Frente estrecho
Editorial: El Frente estrecho

“Hemos demostrado que sí se puede hacer política de otra manera”, fue la vanagloriosa frase que profirió Verónika Mendoza, un día después de la primera  vuelta electoral, para resumir la participación del Frente Amplio (FA) y el tercer lugar obtenido en los comicios presidenciales.

Como se recuerda, una de las acciones que más enorgulleció a la coalición de izquierda y en la que sus voceros sustentaron su pretendido descuello respecto de otras agrupaciones fue la celebración de elecciones primarias para escoger a su candidato presidencial. En aquella oportunidad, Marco Arana, líder fundador de Tierra y Libertad (TyL), vio desvanecer su sueño de aspirar al sillón presidencial al caer derrotado ante Verónika Mendoza, quien entonces encabezaría el frente al cual TyL había prestado su inscripción en el Registro de Organizaciones Políticas.

Si algo demuestran las últimas pugnas dentro del FA, sin embargo, es que la democracia interna y el afán de apertura parecen haber terminado con la campaña. 

En las últimas semanas, se han hecho públicas varias desavenencias entre los líderes izquierdistas. Entre ellas, está la suscitada a raíz de la confesión de Marco Arana de no haber votado por el ahora presidente electo Pedro Pablo Kuczynski en contravención a la consigna política de sus correligionarios. Pocos días después, se hizo conocida también la discrepancia generada por la oposición de algunos parlamentarios de TyL a que la contribución del 10% de sus sueldos tuviera como destino un estipendio a favor de Verónika Mendoza.

Si aquella fue una primera señal de alerta, lo que siguió esta semana fue más bien una confirmación de la hostilidad interna. El Comité Ejecutivo Nacional de TyL ha negado abrir sus padrones para que se inscriban nuevos miembros o nuevos movimientos políticos, lo que ha provocado la indignación de otros personajes que participaron en la coalición izquierdista, incluso la de dos coordinadores nacionales de dicho partido, Pedro Francke y Marisa Glave, quienes han pedido licencia en sus cargos.

Probablemente, para Arana y sus adláteres, abrir las puertas de su agrupación equivaldría a soltar el pequeño poder que aún conservan gracias a la inscripción como organización política que TyL ostenta y de la que carecen otros movimientos. Cuando un periodista del diario “La República” le preguntó al ex sacerdote si esta decisión podría generar en algunos la sensación de que no los “dejan entrar a la fiesta”, este retrucó e indicó que otros (los miembros de TyL, se entiende) podrían sentir que “[si los] invito a la fiesta, se quedan con mi casa”. Si bien añadió luego que se trataba de una caricaturización, aquella traslucía precisamente el temor que sentiría Arana de perder el protagonismo frente al incremento de figuras de ese espectro político. 

En el medio de esta discusión sobre la lista de invitados a la fiesta, apareció el aún congresista Yehude Simon para ofrecer la inscripción de su propio movimiento político (el Partido Humanista) como nuevo flotador para Verónika Mendoza y otras figuras políticas que no cuentan con afiliación a un partido formalmente reconocido. Un ofrecimiento que ha merecido una serie de críticas por evidenciar una actitud personalista y convalidar la idea de que los partidos políticos en el Perú son, la mayoría de veces, “cascarones” y “vientres de alquiler”.

Sea para abrir las puertas de par en par, o para cerrarlas a quienes puedan robarse la atención y convertirse en las “almas de la fiesta”, lo cierto es que los líderes izquierdistas han demostrado que se siguen guiando por intereses personales y caudillismos. Y aquella costumbre, la de usar a las organizaciones políticas como si fueran sus chacras, no es una forma novedosa de hacer política en el país.

Resulta curioso, por decir lo menos, que los defensores de la socialización de la tierra y la reforma agraria se comporten como patrones latifundistas de los partidos a los que pertenecen.