Editorial: El gesto de la crítica
Editorial: El gesto de la crítica

Criticar puede ser un ejercicio constructivo. Exponer los defectos de una idea y proponer soluciones alternativas puede conducir a la toma de mejores decisiones. Pero cuando la observación carece de verdadero sustento, llega antes de tiempo o se dirige contra la persona en lugar de la idea, se convierte en una crítica destructiva.

Las declaraciones emitidas en los últimos días por varios congresistas de oposición contra la Comisión Presidencial de Integridad –y alguna insinuación de un integrante de la propia bancada oficialista–, instalada el último lunes y presidida por el ex defensor del Pueblo encargado Eduardo Vega Luna, calzan exactamente con este segundo perfil.

El mismo lunes, la presidenta del Parlamento y congresista de Fuerza Popular (FP), Luz Salgado, dijo que la creación de la comisión le parecía un “acto desesperado” del gobierno. Poco después, su colega de bancada y vocera alterna de FP, Lourdes Alcorta, afirmó que la comisión le parecía “innecesaria, porque las instituciones en el Perú funcionan”. En la misma línea, el congresista aprista Mauricio Mulder dijo que la comisión “no servirá para nada”, pues “ya hay instituciones que luchan contra la corrupción” y que no es más que “una respuesta política”. Y hasta el propio congresista de Peruanos por el Kambio (PPK) Salvador Heresi declaró en tono amonestador sobre el mismo asunto que el Estado “se está llenando de consejos y comités discutidores”.

Efectivamente, la creación de esta comisión ha sido una respuesta política del Ejecutivo ante el presunto caso de corrupción del ex consejero presidencial Carlos Moreno. Y, en tal sentido, son válidas las observaciones sobre el origen de esta medida, así como respecto de la demora inicial del gobierno para mostrar una actitud más decidida en la lucha contra la corrupción. Sin embargo, el débil sustento de las reprimendas antes citadas las convierten justamente en aquello que fustigan: nada más que gestos políticos.

El problema con lo declarado por Alcorta y Mulder es el más evidente. Si las instituciones en el Perú de verdad funcionasen, casos como el de Carlos Moreno –quien ha ocupado cargos públicos en distintos gobiernos desde 1991– serían mucho menos comunes. La corrupción no sería percibida como el segundo mayor problema del país –no solo del Ejecutivo, sino de todos los poderes del Estado–, como revela Ipsos Perú, ni tampoco como el tercer factor más problemático para hacer negocios, como muestra el último Índice de Competitividad Global del Foro Económico Mundial. En realidad, la debilidad de nuestras instituciones es precisamente una de las mayores falencias del país.

Ninguna de las críticas referidas tiene, además, un argumento de fondo, como podría ser un cuestionamiento a los objetivos de la comisión o a su composición. Todas fueron hechas el mismo día de su instalación, mucho antes de que se pudiera mostrar algún resultado o avance. Y si algo se puede destacar de esta comisión, desde el inicio, es justamente lo acertada de su composición, que incluye a profesionales de destacada trayectoria como Max Hernández, Elsa del Castillo, Allan Wagner y Jorge Medina.

Pese a ello, tampoco faltaron durante la semana los ataques personales: el también congresista de FP Héctor Becerril especuló a través de su cuenta de Twitter que la decisión de crear la comisión obedecía a que Vega Luna “perdió la Defensoría del Pueblo y los caviares se quedaron sin chamba”. Un comentario que no deja de ser irónico si se toma en consideración que tanto el propio Becerril como varios de sus colegas de bancada votaron a favor de Vega Luna como defensor del Pueblo en la elección frustrada de mayo de este año.

El gobierno tiene la responsabilidad de mostrar resultados concretos tras la creación de esta comisión, y es de esperar que sus propuestas de reforma reciban algunas críticas. Pero, al mismo tiempo, si lo que buscan los congresistas opositores es ser percibidos como firmes pero razonables, valdría la pena que se esfuercen menos en el gesto y más en el fondo que sustenta el vapuleo. De lo contrario, corre el riesgo de convertirse en un ejercicio autodestructivo.