(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Editorial El Comercio

De acuerdo con la encuesta de Ipsos publicada ayer por El Comercio, la aprobación al presidente Martín Vizcarra ha disminuido cinco puntos en el último mes, de 63% a 58%. Si bien se mantiene por encima de lo que otros presidentes habían alcanzado tras 11 meses de mandato, queda cada vez más claro que, para navegar con calma, su administración va a necesitar más que el empuje inicial que le dieron el referéndum y su confrontación con un Congreso ampliamente desprestigiado.

En concreto, ya con casi un año encima, el presidente Vizcarra y su equipo necesitan logros visibles que mostrar a la ciudadanía en temas que, más allá de los cambios en el ordenamiento jurídico o político conseguidos a través del referéndum, se relacionen directamente con su calidad de vida. En estos frentes, sin embargo, la tibieza con la que avanza el Ejecutivo empieza a ser preocupante.

El caso de la reforma laboral es el ejemplo paradigmático. De acuerdo con el INEI, el empleo informal creció el año pasado a mayor ritmo que el empleo formal, y eso a pesar de que la economía se expandió a una tasa de 4%. El empleo formal beneficia, todavía, a uno de cada tres trabajadores, y la cifra parece inamovible. ¿Cuál ha sido la actitud del gobierno frente a esta realidad? Todavía una de cálculo político y falta de decisión.

Al temor a expandir la Ley de Promoción Agraria –que posibilitó el ‘boom’ agroexportador de las últimas décadas–, por ejemplo, se suman declaraciones del presidente, del primer ministro Villanueva y del titular del Ministerio de Economía, Carlos Oliva, respecto de cómo una eventual modificación no tocaría varios de los aspectos más importantes y controversiales de cualquier reforma laboral, incluso dentro del contexto de la Política Nacional de Competitividad delineada por el gobierno hace unas semanas. Por el momento, el Ministerio de Trabajo y Promoción del Empleo (MTPE) permanece ocupado en iniciativas menores y sin costo político, como un nuevo proyecto de ley para fomentar que los jóvenes reciban parte de su formación en un instituto y parte en una empresa.

No muy distinta es la renuencia del Ejecutivo a poner sobre la mesa propuestas reales de reforma al ineficiente sistema de agua y alcantarillado controlado por las EPS. “Este gobierno no va a privatizar el agua”, declaró esta semana el mandatario desde Cusco, cerrando de plano una alternativa que ha resultado tremendamente positiva en otros sectores y en otros países, y dando por zanjada una discusión que ni siquiera había propiamente empezado. El cálculo político nuevamente primó sobre la responsabilidad de plantear soluciones a temas que preocupan al ciudadano corriente.

A saber, acciones decididas se esperan de este gobierno que van más allá de la problemática laboral o de provisión de agua. En el combate a la delincuencia, en el acceso y calidad de la educación y salud, en el fomento de la infraestructura, y en varios otros aspectos clave, las promesas y expectativas iniciales siguen siendo solamente eso.

La reflexión de fondo es que, tarde o temprano, la popularidad se agota cuando la población no ve cambios sustanciales que respondan a sus necesidades. Y entonces será ya demasiado tarde para emprender las reformas que requerían, precisamente, de esa popularidad que el presidente hoy lentamente dilapida.