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Editorial El Comercio

El viernes último, un día después de que el presidente Kuczynski y varios de sus ministros recibieran en Palacio a quienes el mandatario definió como “los delegados de las distintas regiones del país” de los maestros en huelga y mientras el Centro de Lima continuaba siendo escenario de tumultuosas protestas, el presidente del Comité Nacional de Lucha y representante de los SUTE regionales, Pedro Castillo, declaró que estaba a la espera de la invitación formal del Ministerio de Educación (Minedu) para participar en el diálogo. En tanto eso no sucediera, se entendía, las bases de docentes que lo habían convertido en su líder continuarían en huelga.

Las cifras del propio Minedu indican en realidad que más del 50% de los profesores de 16 regiones mantienen todavía su ‘medida de fuerza’. ¿Cómo explicar esa paradoja? ¿Cómo así mientras más organizaciones gremiales de maestros recibe el jefe del Estado en la casa de gobierno (solo el viernes sostuvo reuniones con dos grupos distintos), más manifestantes parece haber en las calles y más profesores que desconocen lo negociado por quienes ya estuvieron sentados con el Ejecutivo surgen?

Muy fácil: al abrir la baraja de interlocutores posibles sobre esta materia a estructuras gremiales distintas a la del CEN del Sutep (y, de paso, acoger en la sede del poder a los violentos que se había condenado antes), el presidente colocó los estímulos para que toda cuadrilla de docentes con una denominación y una agenda particular demande su propia entrevista con él.

No hay mejor carta de presentación frente a una base en pie de reclamo que la de haber llegado a pulsear ‘de tú a tú’ concesiones para ella con la máxima autoridad del Estado y, eventualmente, haberla hecho retroceder en sus determinaciones. Las imágenes que muestran al dirigente Ernesto Meza Tica siendo recibido en el Cusco tras su entrevista con los voceros del Ejecutivo con ofrendas florales y entre gritos de ‘sí se pudo’ son elocuentes al respecto.

Tan fuerte es el estímulo que en la concentración del viernes por la noche en la plaza San Martín, en la que supuestamente estaban congregados solo los sectores que todavía no habían llegado a un arreglo con el Gobierno, se vio llegar a ‘delegaciones’ de regiones, como Pasco, que ya habían firmado el levantamiento de la huelga. Y es que una vez que los personeros de tales gremios salen de Palacio es perfectamente posible que piensen que en realidad pudieron haber conseguido más de una administración tan débil y que, con un ligero cambio de nombre o de rostros, se coloquen nuevamente en la cola para entrar.

Así las cosas, la invitación abierta al diálogo lanzada el jueves de la semana pasada por el mandatario desde Moquegua no solo resultó una contradicción con lo anunciado antes por los ministros de Educación y del Interior a propósito de con quiénes bajo ninguna circunstancia se negociaría, sino también un error de estrategia que, antes que cortar la huelga, tiende a extenderla.

Aun si el presidente –o algún otro representante del Ejecutivo– recibe hoy a Pedro Castillo, contradiciendo lo que ha sostenido hasta el momento sobre la identidad y la procedencia de los interlocutores admisibles en la negociación con el magisterio, no existe garantía alguna de que otro sector de docentes desconozca su liderazgo y sostenga la paralización de labores hasta recibir su propia invitación, y así hasta... no digamos el infinito, pero sí el plazo suficiente como para que un número importante de escolares haya dejado de recibir tantas horas de clases que pierda el año.

Mención aparte merece, además, el ejemplo que este modelo de negociación de pliegos de reclamos establece para otros sectores dependientes del Estado en cuyos gremios pudiera haber, como siempre hay, tensiones y disputas.

El Gobierno necesita abrir los oídos a quienes le aconsejan un cambio de actitud y estrategia a este respecto antes de que sea demasiado tarde.