Editorial: Los hermanos caradura
Editorial: Los hermanos caradura

No es un escándalo menor que un candidato a la presidencia haya copiado parte de su tesis doctoral. Especialmente, además, cuando se ha empeñado en que su campaña gire alrededor de su imagen como abanderado de la educación y testimonio vivo de que la dedicación y la perseverancia pueden reportar el éxito, sin importar lo humilde de los orígenes de cada quien. 

Como se sabe, eso es exactamente lo que ha ocurrido con César Acuña, quien, a raíz del destape de los extensos fragmentos copiados de otros autores que filtró en el trabajo con el que obtuvo el doctorado en Educación de la Universidad Complutense de Madrid, ha pasado a ser, más bien, el emblema de la peor informalidad, la viveza y la trampa.

Sin embargo, las reacciones de parte de su entorno a partir de la revelación de lo que no puede ser negado han determinado que no sea él la única persona sobre la que ha caído un manto de descrédito que será muy difícil de borrar. Políticos de una larga trayectoria de lucha contra la corrupción y el engaño promovido desde el poder se han contagiado, efectivamente, de esa mácula de vergüenza al tratar de tapar el sol con un dedo, empujados aparentemente por el hecho de que ya están hipotecados electoralmente a APP.     

Uno de los casos más llamativos, en ese sentido, es el del pastor Humberto Lay, quien presidió la Comisión de Ética del Congreso desde octubre del 2011 hasta mayo del 2015, por decisión unánime de sus integrantes, en una indicación de la idoneidad moral que parecía ostentar para el cargo. 

No obstante, ante el flagrante robo intelectual perpetrado por su aliado político, Lay ha preferido ahora desentenderse de la evidencia y salir a procurarle coartadas. “Yo esperaré [a] que la universidad se pronuncie al respecto. Es la única que puede decir si ha habido o no [plagio]. Todo lo demás son especulaciones de una campaña evidente contra la candidatura de Acuña”, ha dicho.

Algo parecido puede decirse del congresista Fernando Andrade, quien sin turbarse ha afirmado que “lo que interesa son las propuestas de APP, no el plagio”. Y si bien las propuestas de un candidato son, en efecto, de primera importancia en una campaña, es obvio que de nada valen si la fibra ética de quien planea ejecutarlas queda en entredicho, como en el trance que estamos comentando.

De entre todos los paladines del postulante plagiario, sin embargo, ninguno ha sorprendido tanto como Anel Townsend. Como se recuerda, tras el gobierno de Alberto Fujimori, ella presidió la comisión que investigaba la red de corrupción que comprendía al ex presidente y a su siniestro asesor, Vladimiro Montesinos. Y en el 2003, fue además elegida presidenta de Parlamentarios Latinoamericanos contra la Corrupción (PLACC), lo que haría pensar en una persona más que entrenada en la detección de todo aquello que constituya una trampa para alcanzar un fin. 

Con particular contumacia, empero, ella ha pretendido en esta ocasión ignorar el arma humeante en las manos de quien representa su ticket de regreso a los suburbios del poder para proclamar fuerte y claro ante la opinión pública: “César Acuña no ha plagiado”. Y para que no quepan dudas de que está dispuesta a sumirse en la desvergüenza hasta donde haga falta, agregó: “Ha consignado los autores en la circunstancia debida”. Una afirmación que, como este Diario ha demostrado, es una mentira sin atenuantes. 

Un mudo integrante de esta ignominiosa cofradía es también el presidente del Congreso, Luis Iberico, quien, a pesar de que no ha dicho cosa alguna a propósito de este bochornoso asunto, acompañó a César Acuña durante la conferencia de prensa en la que este echó a rodar su nueva tesis: que no existe el plagio del que lo acusan y todo es una maquinación de sus contendores para sacarlo de la carrera electoral. Y lo aplaudió a rabiar.

Sería deseable, por último, que rompan también su silencio al respecto el ex primer ministro César Villanueva y la vicepresidenta Marisol Espinosa, quienes supieron tomar distancias de los actuales gobernantes cuando detectaron en ellos formas irregulares de ejercer el poder, pero ahora que forman parte del proyecto político de APP acusan una afonía preocupante frente a los desaguisados de su líder.

Alguien, por el bien de la democracia, debería mostrar en esa colectividad política que tiene sangre en la cara.