Editorial: Héroes
Editorial: Héroes

Cuando la noche del martes el fuego que consumió una fábrica de suelas de zapatos y parte de un almacén del Ministerio de Salud en El Agustino seguía sin ser controlado, el comandante Manuel Vera dio noticia sobre tres bomberos a quienes se les había perdido el rastro durante la emergencia. “Al momento de ingresar, al jefe de línea le entregan una tarjeta para reportar que están entrando [...] Hasta ahora tenemos las tarjetas y no han regresado”, reportó Vera a la prensa.

Ayer, lamentablemente, tras una búsqueda de más de nueve horas, los bomberos confirmaron el hallazgo de los cuerpos de Alonso Salas Chanduví, Raúl Sánchez Torres y Eduardo Jiménez Soriano debajo de los escombros humeantes. Los tres bomberos fallecieron cuando, según primeras investigaciones, quedaron atrapados dentro de la fábrica.

Nada puede compensar el sentimiento de injusticia frente a tres vidas que se apagan en el cumplimiento de un deber. Más aun cuando ese deber trasluce el ejemplo máximo de servicio y heroísmo al tratarse de personas que laboran sin recibir nada a cambio, ningún sueldo ni estipendio económico, y con la sola motivación de socorrer a las personas cuando más lo necesitan.

Solo de  enero a setiembre de este año, los bomberos han atendido casi 100.000 emergencias entre rescates (3.047), accidentes vehiculares (10.080), fugas de gas (4.231) e incendios (8.951). Entonces, si de por sí es cuestionable que personas que se juegan la vida en situaciones como la del martes no sean remuneradas económicamente, saber que no reciben las prestaciones de salud indispensables para su labor y que, en muchos casos, no cuentan siquiera con el equipamiento adecuado, genera, sencillamente, indignación.

Como informó el comandante general del Cuerpo General de Bomberos Voluntarios del Perú (CGBVP), César García, en una entrevista realizada ayer en Canal N, la institución padece de la falta del apoyo suficiente por parte del Estado y urge del “equipamiento necesario para poder trabajar en las emergencias”. En efecto, solo entre el 2013 y el 2016, el presupuesto anual del CGBVP se redujo en más de 82 millones de soles (al pasar de casi 135 millones a poco más de 53 millones), pese a que la ejecución del gasto público se mantuvo en promedio alrededor del 91% en esos años. Cierto es que los recursos públicos son escasos, pero llama la atención que los recortes se produzcan en aquella tarea que debiera legitimar la existencia del Estado en primer lugar (como lo es, evidentemente, la seguridad frente a situaciones de emergencia).

Por otro lado, aunque los bomberos cuentan con la cobertura del Seguro Integral de Salud, esta se limita únicamente a los gastos de emergencia y estabilización, quedando desprotegidos frente a tratamientos o curaciones prolongadas que puedan surgir producto de su labor voluntaria (como quemaduras o daños a largo plazo por la inhalación de humos tóxicos). 

Los problemas que enfrentan los bomberos, sin embargo, no radican solo en la falta de apoyo estatal, sino también en la indiferencia –cuando no, insensatez– de la ciudadanía. Así, por ejemplo, solo en lo que va del año las estadísticas de la institución dan cuenta de más de 2.000 falsas alarmas a nivel nacional. Y a esto se suma la falta de consideración mínima que reciben sus vehículos con las alarmas encendidas en señal de emergencia por parte de los conductores.

La muerte de Salas, Sánchez y Jiménez, entonces, no es lo único que golpea a nuestro CGBVP. También lo hace, a diario, la apatía hacia las condiciones en las que laboran y que solamente nos preocupan cuando las banderas ondean a media asta.

La tragedia del martes debería ser una señal de alerta para nuestras autoridades y para nosotros mismos, para corregir, de una vez, esta situación de injusticia. Es quizá lo menos que le debemos a la memoria de los héroes.