Editorial: No es lo mismo, pero es igual
Editorial: No es lo mismo, pero es igual

La devaluación de la representación parlamentaria de los últimos años refleja la debilidad de las instituciones de nuestra democracia. Causa de esto es que una de las instituciones desarrolladas con menor seriedad y consecuencia sea la de los partidos políticos. Las candidaturas y representaciones promovidas obedecen, muchas veces, a arreglos de conveniencia que se puedan hacer con la cúpula partidaria.

El requisito legal de los comicios internos se ha convertido –a la luz de esta distorsión– en un pretexto para consagrar las preferencias de la cúpula. Algunos partidos, en general, han pasado a ser cascarones para la legalización de la voluntad de la élite partidaria.

Los aportes a la campaña, por ejemplo, parecen ser de los mejores argumentos para el ascenso partidario electoral y para tentar escaños. Otro argumento es la popularidad o el atractivo electoral. Así, la idoneidad o la representatividad pasan a un segundo plano. El problema se agrava al contar con el aval de las más altas autoridades.

Llama la atención, en este sentido, que el partido de gobierno no pueda exhibir, a estas alturas, un reglamento electoral para definir a su candidato a la Presidencia de la República. Según el artículo 31 de su estatuto, debe haber un reglamento de elecciones internas del partido. Si existe, es un secreto o un tesoro intrincadamente encriptado.

Sin reglas conocidas para la proclamación de precandidaturas, la elección interna se convierte en una simple formalidad para los líderes del partido. Ejemplo de ello es lo ocurrido a propósito de las precandidaturas de los ex ministros y

A primera vista, resaltaba el contraste entre el perfil del señor Urresti y el del señor Von Hesse. Mientras el primero buscó en la confrontación, la improvisación y la teatralidad presencia mediática suficiente, el segundo se caracterizó por una gestión con corte tecnocrático sin dejar de ser popular –recordemos que ambos ex ministros tuvieron los índices más altos de aprobación del Gabinete en distintos momentos–. 

Esta obvia disparidad fue reveladora de una primera característica del Partido Nacionalista. A saber, la absoluta falta de consistencia programática o de ideología partidaria. ¿Qué podrían haber compartido los planes de gobierno de ambos precandidatos? O más aun, ¿cuál hubiese sido el denominador común entre estos y el plan de gobierno nacionalista original de las elecciones del 2011? El partido del actual mandatario se convertía así en una expresión insuperable de la política drenada de contenido como parodia de sí misma.

Pero así como había espacio para divergencias y contradicciones, la política interna del Partido Nacionalista también da pie a similitudes y coincidencias. La confirmación del lanzamiento de la precandidatura del señor Von Hesse trajo inevitablemente a la memoria la mediática inscripción del señor Urresti en el partido unos meses antes. En ambos casos se contó con la venia de la cúpula nacionalista, de la bancada, y con la presencia y respaldo de la primera dama Nadine Heredia. Dos publicitadas recepciones para quien ese entonces gozaba del favor de más altos representantes del partido.

Estas muestras de adhesión y unidad partidaria al precandidato del momento, máxime cuando estos tienen perfiles tan disímiles, evidencian que para el Partido Nacionalista se trataría menos de mantener coherencia política y promover elecciones representativas al interior del grupo que de fortalecer –a través de un candidato presidencial popular– la lista congresal que competirá en abril próximo. En estas circunstancias, las elecciones internas quedan relegadas ante la voluntad de una élite partidaria que –presumiblemente– tiene intereses que proteger y que van más allá del fin de la administración nacionalista.

Si las diferencias entre los señores Urresti y Von Hesse contribuían entonces a desnudar la debilidad programática del partido de gobierno, las similitudes de sus precandidaturas hacen lo propio con la fragilidad de su democracia interna. Como podría decir Juan Luis Guerra, no es lo mismo, pero sí es igual.