Editorial: La verdad, era su letra
Editorial: La verdad, era su letra

Según reveló ayer este Diario, el informe sobre la pericia que llevaron adelante los especialistas Víctor Vidal Prieto y José Gutiérrez Flores a las cuatro agendas cuya propiedad primero negó y luego admitió Nadine Heredia ya se encuentra en el despacho del fiscal Germán Juárez, encargado de la investigación por lavado de activos a la actual primera dama y otras personas. Y el resultado es contundente: las anotaciones en todas las libretas pertenecen al puño y letra de la esposa del presidente y, lo que es igualmente importante, no han sufrido adulteración alguna. 

Se sabe también que los peritos han detectado en los cuadernos grafías distintas a las de la señora Heredia, pero en la medida en que ella es la única que se ha sometido hasta ahora a la referida pericia, no se puede saber todavía a quién corresponden.

A la espera, sin embargo, de que tal detalle sea dilucidado y de que el fiscal Juárez emita su pronunciamiento sobre estos hallazgos, es posible señalar varias cosas. Particularmente, por el hecho de que las anotaciones en las agendas en las que se mencionan los más de US$8 millones que han dado pie a toda esta investigación figuran en las secciones cuyo trazo pertenece indiscutiblemente a la primera dama.

Para empezar, no está de más recordar lo enfática que fue la esposa del presidente al negar la titularidad de las referidas libretas, pues, a la luz de lo que ahora se ha confirmado, ello permite tomar conciencia de la dimensión de la mentira en la que incurrió reiteradamente a este respecto. En ese sentido, quizá la expresión más redonda de esa falsedad se dio el 22 de setiembre del año pasado, cuando a su salida del despacho del fiscal Juárez (al que había acudido para responder por los aportes recibidos por el nacionalismo en las campañas del 2006 y el 2011) sentenció ante la prensa: “Las agendas y su contenido no son de mi propiedad”.

Lo aparatoso de esta mendacidad queda además en evidencia si tenemos en cuenta que solo quince días antes, en una comunicación privada, había respondido a una pregunta de la periodista Rosa María Palacios sobre los apuntes en las agendas escribiéndole: “la verdad es mi letra”. Y luego, cuando esta divulgó la respuesta en los medios, trató de cambiar la naturaleza de su afirmación con un subterfugio semántico. “Cuando digo ‘la verdad es mi letra’ me refiero a que mi escritura, mi letra, es mi defensa y mi verdad”, sostuvo.

Pero ahora esa versión también ha caído y se sabe que, la verdad, era su letra.

Un segundo embuste desnudado por el informe pericial, de otro lado, es el que pretendía que el contenido de las libretas había sido adulterado. El 16 de agosto pasado, cuando el programa “Panorama” reveló su existencia, la señora Heredia las llamó “truchas” (es decir, falsas o fraguadas) y las calificó de “burdo montaje”. Y solo dos días más tarde, añadió: “Rechazo la autenticidad de esos documentos. Las agendas son pruebas que están contaminadas”. Una especie que fue también esparcida por los múltiples representantes del oficialismo que trataron de desvirtuar el eventual valor probatorio de los cuadernos aun después de que la señora Heredia, forzada por las circunstancias, tuviera que reconocer que los embarazosos documentos le pertenecían.

Pues bien, ahora se sabe con toda certeza que la tal contaminación no existe. Una real vergüenza para todos los que agitaron el argumento y una probable explicación para el pedido de la primera dama para que, tras su final admisión sobre la propiedad de las agendas, la pericia ya no se realizase (esto, porque mantener la incógnita sobre las presuntas adulteraciones le permitía conservar una última línea de defensa y dilatar las pesquisas). 

Lo que vendrá a continuación, seguramente, será el intento de invalidar las agendas como pruebas por la forma en que fueron obtenidas (la sustracción). Pero como ya ha señalado el ex procurador anticorrupción Luis Vargas Valdivia, existe jurisprudencia en la Corte Superior para que este tipo de pruebas sea aceptado cuando “los hechos [que esas pruebas permiten conocer] están referidos a delitos trascendentes”. Y en este caso, estamos hablando de lavado de activos.

Lo que les corresponde hacer ahora a las autoridades, entonces, es preguntarse por qué habría intentado mentir la señora Heredia desde un principio acerca de un tema tan espinoso. Y, con esa respuesta en mente, llevar las investigaciones hasta sus últimas consecuencias.