"Nuestros males preexistentes nos seguirán acompañando cuando termine la crisis sanitaria y, en honor a las víctimas, no podemos perderlos de vista". (Ilustración: Víctor Aguilar Arrúa)
"Nuestros males preexistentes nos seguirán acompañando cuando termine la crisis sanitaria y, en honor a las víctimas, no podemos perderlos de vista". (Ilustración: Víctor Aguilar Arrúa)
Editorial El Comercio

Nunca la muerte ha estado tan presente en nuestras vidas como en los últimos meses. El nos ha acostumbrado a esperar todos los días los reportes del Ministerio de Salud para ver cómo se incrementan los fallecidos, cómo se abulta la cifra de infectados y cómo nuestro sistema sanitario trata, pero no logra, darse abasto ante un trance sin precedentes. Pero la verdad es que el nuevo coronavirus no es el primer mal que se nutre de nuestras debilidades sistémicas y diezma a una parte de nuestra población en una curva ascendente.

En efecto, en el 2019 hubo 166 víctimas de feminicidio. En el 2018 fueron 149 y en el 2017, 116. El año pasado estos números supusieron un récord desde que este tipo de crimen se empezó a contar en el 2009, destronando al fatídico año anterior. Y el asesinato de mujeres, así como la violencia de género en general, no se ha detenido durante los meses de confinamiento.

En una entrevista a este Diario, la ministra de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP), Gloria Montenegro, dio a conocer las cifras que su cartera ha podido recopilar a propósito de esta materia durante el estado de emergencia. Así, aunque en marzo se registraron cuatro feminicidios (nueve menos que en el mismo período del 2019), entre abril y mayo se reportaron 20 más (solo cuatro menos que en los mismos meses del año pasado). En total, mientras el país libraba una de sus batallas más intensas contra una enfermedad mortal, 24 mujeres murieron asesinadas. “Generalmente, los feminicidas son sus exparejas”, dijo Montenegro. Dos de ellas tenían 16 años.

A lo anterior se suman otras estadísticas desgarradoras. Según los Centros de Emergencia Mujer, hubo 342 casos de abuso sexual contra menores durante la cuarentena y, por su parte, la ministra habló de 422 denuncias de niñas ultrajadas. “El problema es que muchas veces no les creen las mamás o las tías que los padres las están violando o incluso los abuelos”, aseguró la titular del MIMP.

Aunque las cifras son estremecedoras y las autoridades han trabajado en los últimos meses para paliar los efectos de la violencia de género durante la crisis, resulta inevitable imaginarse cuántos casos estarán pasando desapercibidos. La cuarentena, en fin, ha supuesto un panorama especialmente complicado para las víctimas, toda vez que muchas han tenido que compartir el encierro con aquellos que las agreden y denunciar implica nuevos riesgos, por no decir meridianas imposibilidades: resulta harto difícil pedir ayuda cuando tu victimario te respira en el cuello.

Sin embargo, con el encierro obligatorio que nos ha traído el COVID-19 o sin él, lo cierto es que el problema que aquí describimos está lejos de ser un apuro estacional. Está más bien enraizado en nuestra sociedad y sus orígenes machistas obstaculizan cualquier esfuerzo político o legal para remediarlo. Esa es la dura realidad. La pandemia se irá y las heridas que deje sanarán tarde o temprano, pero los feminicidios y la violencia de género en general son un mal que va a seguir cobrando vidas año tras año, gobierne quien gobierne, llueva o truene, y reconocerlo plenamente es el primer paso para solucionarlo.

Se trata de una tarea de largo aliento cuyo éxito dependerá de cuán bien se desempeñen las autoridades y los ciudadanos. Necesitamos lograr, por ejemplo, que más de estos crímenes sean denunciados, pero para ello es imperativo que valga la pena hacerlo: una víctima a la que la policía le responde con sorna o indiferencia cuando acude a una comisaría sin duda terminará concluyendo que el silencio es el único camino. Asimismo, la educación tiene que impartir los valores necesarios para evitar que la violencia contra la mujer sea vista por algunos como una ruta aceptable y el enfoque de género es un paso en esa dirección.

Nuestros males preexistentes nos seguirán acompañando cuando termine la crisis sanitaria y, en honor a las víctimas, no podemos perderlos de vista.