(Foto: Congreso)
(Foto: Congreso)
Editorial El Comercio

En cumplimiento de lo que la Constitución establece, el nuevo presidente del , , y todo su Gabinete deberán acudir al Congreso en un plazo que no exceda los 30 días posteriores a la asunción de sus funciones “para exponer y debatir la política general del gobierno y las principales medidas que requiere su gestión”.

Señala también la carta fundamental que, como todo equipo ministerial recién estrenado, el actual deberá plantear a continuación una cuestión de confianza a la representación nacional, cuya aprobación mayoritaria resultará indispensable para que pueda continuar ejerciendo sus tareas.

Los distintos congresistas, por supuesto, son libres de votar el pedido en el sentido que les parezca o incluso de abstenerse. Lo cierto, sin embargo, es que desde que esa institución fue incorporada en nuestro sistema democrático, aunque con alguno que otro incidente en el camino, todos los gabinetes han obtenido la licencia inicial.

Nada hace pensar que en este caso la situación vaya a ser distinta –máxime con el cambio de actitud que aseguran haber adoptado en la bancada mayoritaria–, pero llama la atención la posición que tienen al respecto algunas bancadas aun antes de haber escuchado al flamante primer ministro exponer sus planes para el futuro inmediato.

Particularmente desconcertantes resultan, en ese sentido, los anuncios de algunos de los integrantes del equipo parlamentario del sobre una virtual determinación de negar la confianza cuando les sea solicitada. Los legisladores y –vocero de la bancada y líder visible de la organización política, respectivamente– han anticipado en efecto en estos días, con trazos de inexorable profecía apocalíptica, el escenario en el que declinarán brindar el consentimiento que habrá de requerírseles.

“Un gobierno no lo va a llevar adelante un ‘premier’; el gobierno se lleva con poderes fácticos detrás. […] Salvador del Solar va a asumir la representación de esos poderosos ahora, al asumir el ‘premierato’. Y va a tener que enfrentar los intereses de los poderosos contra los intereses del pueblo”, ha sentenciado Morales. Y también: “Nosotros vamos a repetir nuestras anteriores votaciones referentes a dar la confianza a los gabinetes: no apoyar”.

Mientras que Arana ha predicho que Del Solar va a ser parte de un gobierno “que es indolente, que es incapaz de resolver los problemas de la reconstrucción, que está vulnerando derechos laborales [y] derechos ambientales”. Para luego concluir: “Si lo que [el nuevo premier] continúa es lo que ha estado haciendo , no daríamos el voto de confianza”.

Se trata por cierto de objeciones un tanto gaseosas. Para empezar, ¿quiénes son exactamente “los poderosos”? Y por otra parte, ¿quién define cuáles son los intereses “del pueblo”? Si debemos entender que el giro en cuestión es una forma de aludir a los intereses de las mayorías, ¿no se supone que eso se establece por la vía de las urnas?

Y de otra parte, ¿cómo anticipar la indolencia y la incapacidad que se asocian al nuevo actor político sin haberlo visto, literalmente, en escena?

Con todo, como decíamos, es evidente que a los parlamentarios del FA, como a todos, los asiste el derecho de votar la confianza como crean conveniente. Pero eso no nos inhibe de preguntar si acaso solamente consideran posible votar a favor de ella si el gobierno de turno abandona el plan de gobierno con el que ganó las elecciones y adopta el de ellos.

No parece ser esa la idea que existe detrás del llamado ‘voto de investidura’ porque, de ser así, salvo la oficialista, todas las bancadas negarían siempre la confianza a los gobiernos que la solicitan. Y, como se sabe, no es eso precisamente lo que suele ocurrir.

Queda entonces la sensación de que los malos augurios podrían ser en este caso prácticamente la expresión de un deleznable deseo de que las cosas se produzcan de la manera pronosticada para poder cosechar tanta necesidad insatisfecha en una próxima contienda electoral.

Pero, claro, a diferencia de lo que sucede con los profetas de la fatalidad, nosotros empezamos por admitir que podríamos estar equivocados.