Editorial El Comercio

Más que la propia presidenta , lo que marcará el tono de su administración será el que ha elegido para acompañarla. Los improvisados y divisivos Gabinetes del expresidente Pedro Castillo, con titulares de la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM) para el olvido, son un buen ejemplo de la forma en que los ministros pueden dictar la agenda política nacional por encima del propio mandatario.

Esta primera selección de Gabinete de la presidenta, con el abogado Pedro Angulo a la cabeza, enardeció a algunos, desilusionó a otros y calmó a muchos. En el primer grupo, se encuentra gran parte de quienes reclaman un regreso a los despropósitos de los Gabinetes del expresidente Castillo, con elementos radicales y cuyo principal mérito era la cercanía al partido de gobierno.

Hay, ciertamente, algunos motivos también para la desilusión. La presidenta Boluarte no quiso –o no fue capaz de– convocar a figuras con peso político propio que puedan ayudarla a encauzar mejor los momentos difíciles que su administración ya comenzó a enfrentar. Si bien existen profesionales con buena trayectoria en sus respectivos sectores –como, por ejemplo, Álex Contreras en el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) o Ana Cecilia Gervasi en el Ministerio de Relaciones Exteriores–, la coyuntura también demanda liderazgo y experiencia política de parte de los ministros. Esa faceta está ausente en el actual Gabinete.

Sin embargo, en la medida en que se trata de un equipo mayoritariamente técnico, quizá sea capaz de acometer la tarea más importante para cualquier Gabinete: transmitir la sensación de que el Perú está en buenas manos. Luego de la insólita volatilidad política de los últimos 16 meses –con una rotación aproximada de un ministro por semana, en promedio, y sendas denuncias por corrupción regulares–, el país agradecería un período de relativa tranquilidad para reparar todo aquello que el Gobierno saliente dañó.

No todos los ministros mantienen una hoja de vida limpia –preocupa sobremanera, por ejemplo, el caso de Angulo, con denuncias por acoso que él niega–. Y no pocos ejercieron algún cargo durante la administración anterior. Pero en general es justo decir que se trata de una mejora considerable con respecto de los Gabinetes del gobierno de Castillo.

No obstante, a diferencia de otros mandatarios, la presidenta Boluarte y su equipo ministerial no gozarán de un período de luna de miel. En esa línea, sería un grueso error si asumiesen que su llegada al poder implicó el final de una crisis, cuando fue, más bien, apenas otro episodio de la inacabable serie de la inestabilidad política que vivimos los peruanos desde el 2016. Están, pues, sobre terreno político pantanoso con la posibilidad de que un mal movimiento los termine por engullir.

Si el Gabinete quiere superar el trance con chances de éxito, será imprescindible que se tiendan puentes inmediatos entre el Ejecutivo y el resto de las fuerzas políticas. Y el primer reto grueso para la coalición democrática pos-Castillo apareció inmediatamente. Mientras algunos intentan causar zozobra usando el contexto político para forzar su punto de vista con bloqueos de vías, secuestros y destrucción, los máximos responsables políticos deberán hilar fino en estos días, con respeto, pero también con firmeza ante las manifestaciones que cruzan la línea desde el legítimo derecho a la protesta hacia el abuso y la violencia. Es cierto que hay demandas que deben ser atendidas, más aún luego de meses en los que varios ministerios funcionaron más como plataformas para defender a Pedro Castillo que como administradores de sus respectivos sectores, pero estas deben ser cuidadosamente separadas de aquellas otras que exigen acciones fuera del marco legal (como la liberación del dictadorzuelo).

En la medida en que el equipo de gobierno reconozca que la crisis de representación sigue vigente, será más probable que ponga la primera piedra hacia su solución. Lamentablemente, ayer, tras la muerte de dos personas por la violencia desatada en Andahuaylas, las respuestas de la mandataria y del jefe del Gabinete Ministerial, al menos hasta el cierre de este editorial, dejaban mucho que desear.

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