Editorial: El norte de Keiko
Editorial: El norte de Keiko

Si bien los votos con los que se censuró en el Congreso al ministro de Educación Jaime Saavedra no provinieron solo de Fuerza Popular, es indudable que los costos y beneficios de esa acción política figurarán de ahora en adelante fundamentalmente en su foja de servicios. Después de todo, fueron ellos los que anunciaron la moción de censura no bien terminó la interpelación y han sido ellos también los que, a través de las filtraciones de sus comunicaciones internas, más complacidos han lucido con la dimensión figurativamente sangrienta de la medida.

El balance entre tales costos y beneficios resulta importante, por supuesto, porque es a partir de ejercicios como ese que la ciudadanía se va construyendo una imagen del partido fujimorista y su lideresa con miras al 2021. Pero, curiosamente, la ex candidata presidencial no daría la impresión de verlo así.

Sus comentarios sobre la censura en marcha, como se recordará, se centraron efectivamente en la fuerza exhibida por la bancada naranja y no sugirieron la existencia de preocupación alguna por las dos motivaciones que uno imaginaría esenciales tras el cuestionamiento a Saavedra: el futuro de la educación en el país y el esclarecimiento de los presuntos hechos de corrupción en el sector que conduce. Y las declaraciones de los voceros de la bancada de Fuerza Popular posteriores al licenciamiento del ministro han estado también más cerca de la arenga guerrera que de la reflexión sobre cómo salir del entrampamiento al que se ha llegado entre el Ejecutivo y el Legislativo.  

Es de suponer que semejante actitud provoque una cierta complacencia en los sectores más identificados con el fujimorismo, lastimados todavía por los efectos de una victoria que se les escapó de las manos en los momentos finales de la última campaña. Pero, como es obvio, no es precisamente a esos sectores a los que Keiko Fujimori tiene que conquistar si no quiere repetir el sinsabor del 2011 y el 2016 en el 2021.

La historia tendría que haberle enseñado ya que el atrincheramiento en sus predios habituales sirve para llegar a la segunda vuelta, pero provoca una polarización que, tal como están distribuidas las fuerzas políticas en el país, se traduce para ella siempre en derrota. En otras palabras, una estrategia como la seguida por Fuerza Popular hasta ahora les garantiza una curul –y quizás hasta con una votación preferencial cada vez más alta– a Becerriles y Galarretas en el próximo Parlamento, pero consolida la barrera que le ha impedido a la señora Fujimori ceñirse la banda presidencial en dos oportunidades.

Acaso lo que guía la ciega hostilidad de la fuerza política que ella encabeza hacia el Ejecutivo sea la difundida creencia de que quien más radicalmente se opone a un gobierno durante sus cinco años de administración es al mismo tiempo quien más probabilidades tiene de sucederlo en las siguientes elecciones. No obstante, si tal presunción se correspondiera con la realidad, en este momento el gobernante del país sería Alan García o la propia señora Fujimori, y no un personaje marginal a la pugna política de los últimos cinco años como Kuczynski.

Ahora que tanto se habla de la ausencia de un norte en los planes del gobierno para el futuro, la líder de Fuerza Popular podría caer en la cuenta de que también a ella la brújula le está fallando en lo que concierne a sus aspiraciones presidenciales, y aprovechar tal vez la convocatoria del cardenal Juan Luis Cipriani a un diálogo con el actual mandatario para finalmente dotar de alguno a su acción política y, por extensión, a la de su bancada. El país, sin duda, se lo agradecería. Y, a la larga, seguramente también todos esos fujimoristas cansados de la derrota que hoy, en medio de su estéril frustración, solo quieren chivos expiatorios para librarse de ella.