Editorial: Si la oposición no va a la montaña...
Editorial: Si la oposición no va a la montaña...
Redacción EC

Ayer se cumplió la primera jornada de diálogo convocada por el gobierno en un contexto un tanto deslucido. Primero porque, en su mayoría, los sectores políticos presentes difícilmente podían ser considerados de real oposición (varios de ellos arrojaron salvavidas al oficialismo en trances tan difíciles como los votos de censura a determinados ministros o la última elección de la Mesa Directiva del Legislativo). Segundo, porque aun en el caso de esos partidos, no fueron sus líderes ‘naturales’ ( en Perú Posible o en el PPC) los que acudieron a la cita, sino alguna autoridad con credenciales oficiales para hacerlo, pero escasa representatividad frente a la ciudadanía. Y tercero, porque la inclusión en el cónclave de organizaciones sin registro electoral, lejos de generar la impresión de una invitación amplia y democrática, sugería desesperación por llenar los sitios vacíos. 

La inasistencia de determinadas colectividades políticas fue, en efecto, el dato más saltante de la reunión. Particularmente porque a la previsible ausencia de Fuerza Popular y del Apra se sumó, por ejemplo, la del partido del pastor , Restauración Nacional, lo que debería ser interpretado por el gobierno como una verdadera llamada de atención, habida cuenta de la poca inclinación por la destemplanza que caracterizan a ese movimiento y a su líder.

El humalismo, pues, se ha visto ante la evidencia de que necesita incorporar de alguna manera al diálogo a las fuerzas de oposición que no asistieron a la reunión (y, sobre todo, a los ciudadanos que se puedan sentir expresados en sus reclamos) si quiere que todo este esfuerzo contribuya a crear el clima que requiere para capear el temporal actual y llegar con cierta estabilidad al 28 de julio del 2016. Pero ¿cómo hacerlo si los mencionados sectores no quieren sentarse a conversar?

Pues no es tan difícil. Estar ubicados uno frente al otro en una mesa puede ser la mejor manera de establecer un diálogo que permita interacción inmediata entre las partes, pero no la única. Los interlocutores, en realidad, pueden estar a distancia y eventualmente hasta comunicarse a través de gestos. Si uno de los partidos no concurrentes –el Apra– se ha pasado la vida repitiendo que “conversar no es pactar”, a lo mejor está dispuesto a pactar sin conversar. O, mejor dicho, a llegar a algún entendimiento que no demande palabras.

El gobierno, en concreto, tiene que haber comprendido, ya que su plan de tranquilizar las aguas a través del acto ritual del diálogo pero sin ceder ante ninguna de las exigencias de la oposición radical no ha funcionado. De hecho, el anuncio de la reestructuración de la –una medida de cuya necesidad, aparentemente, se fueron persuadiendo a lo largo del día– apunta en ese sentido. Pero no es suficiente.

Así como consentir cambios en la organización de inteligencia supone admitir que ha existido un funcionamiento inadecuado de ella, el gobierno tiene que admitir que han existido problemas en la conducta de algunos ministros y cambiarlos. Basta sumar los votos con los que esa iniciativa cuenta ya en las diferentes bancadas del Congreso para comprobar que, si no lo hace, una mayoría de la representación nacional lo hará por él en marzo, ni bien empiece la próxima legislatura.

¿Para qué extender entonces la agonía? ¿Por qué no practicar por una vez el control de daños antes de que el problema que tienen entre manos agote su potencial de daño a la administración? Máxime cuando alguno de esos ministros –Daniel Urresti– ha continuado hostigando intermitentemente a la oposición y a la prensa a pesar de las reconvenciones de la jefa del Gabinete. Y máxime también cuando el licenciamiento oportuno de otros portadores de fajín que no tienen salvación –Pedro Cateriano, Carmen Omonte y Daniel Figallo– podría permitir la supervivencia de la señora Ana Jara en la Presidencia del Consejo de Ministros, evitándole al oficialismo la necesidad de cumplir con la improbable hazaña de conseguir el voto de investidura para un nuevo primer ministro.

Si la oposición más crítica, en resumidas cuentas, no ha acudido a la montaña en la que el gobierno la citó para tratar de apaciguar el clima político, esa montaña podría intentar ir hacia la oposición con gestos que digan más que las palabras que se gastaron ayer en un intercambio protocolar que a todas luces resultó insuficiente.