Editorial: De patas cortas
Editorial: De patas cortas

La política –entendida como la pugna entre agrupaciones por captar la preferencia ciudadana–, hoy en día, no suele reconocerse como una actividad muy apegada a la verdad. Sus principales exponentes son percibidos por buena parte de la sociedad como un grupo de personas especialmente propensas a la falsedad y la intriga.

De un tiempo a esta parte, sin embargo, la disociación entre la realidad y el discurso partidario se ha ahondado en diferentes partes del mundo desarrollado. En Europa, la desinformación difundida por los promotores del llamado ‘brexit’ –por ejemplo, al señalar tendenciosa e incorrectamente que el sistema de salud pública inglés se ahorraría y recibiría £350 millones semanales al retirarse de la Unión Europea– contribuyó al resultado electoral que separará al Reino Unido del resto del bloque político y económico continental.

Mención especial merece, no obstante, el caso de Estados Unidos y su actual campaña presidencial. El candidato por el Partido Republicano, Donald J. Trump, no solo ha excedido ampliamente los límites que dictan la civilidad y el respeto por diferentes grupos demográficos, sino también los límites que impone la realidad. 

Ejemplos abundan. El señor Trump fue durante años el principal promotor de una campaña desestabilizadora, falsa y soterradamente racista que buscaba demostrar que el actual presidente norteamericano, Barack Obama, no había nacido en territorio estadounidense sino en Kenia. Hace poco negó además que él haya impulsado inicialmente dicha campaña y responsabilizó de ello, sin pruebas, a la candidata demócrata Hillary Clinton.

El señor Trump no solo ha negado consistentemente sus acciones, sino también sus palabras. Luego de haber dicho y escrito que el cambio climático era una mentira creada por los chinos para hacer menos competitiva la industria estadounidense, que el público debería ver el video de contenido sexual de la ex Miss Universo Alicia Machado, y que él estaba a favor de la guerra contra Iraq, entre varios otros comentarios, el magnate inmobiliario se desdijo de sus afirmaciones y negó haberlas dicho. Lamentablemente para él, en la era digital todo comentario queda registrado.

En el frente externo, el señor Trump ha sido enfático en señalar que, de la manera más literal, el presidente Obama es el fundador del grupo terrorista del Estado Islámico, a pesar de los esfuerzos de sus simpatizantes por interpretar la frase de forma más metafórica. Asimismo, el candidato no pierde la ocasión durante sus mítines de resaltar que los refugiados del Medio Oriente que llegan a suelo estadounidense lo hacen sin ningún tipo de control de parte de las autoridades norteamericanas, cuando lo cierto es que el sistema de inmigración de Estados Unidos tiene numerosos filtros y agencias involucradas que tardan hasta más de dos años en aprobar el ingreso. 

Así, las inexactitudes y mentiras del señor Trump se extienden también a campos como la deuda pública, el desempleo y la situación de las comunidades afroamericanas. Pocas veces los periodistas dedicados a comprobar la veracidad de las afirmaciones en campaña electoral han tenido tanto trabajo.

La desconexión del discurso político con el mundo real tiene consecuencias mucho más perniciosas que la simple desconfianza que pueda suscitar en algún candidato o partido. La falta de apego por la verdad en la esfera pública genera discusiones apartadas de los problemas relevantes y sus causas, políticas de gobierno impredecibles o erradas y, peor aun, corroe la legitimidad del pacto social de confianza entre la clase política y la ciudadanía a la que representa. 

Por el momento, las patas cortas de sus mentiras en campaña explican que el señor Trump esté perdiendo la carrera, y eso, a decir de la gran mayoría de encuestadoras, sí es una realidad innegable.