(Editorial) Pequeñas monarquías
(Editorial) Pequeñas monarquías
Redacción EC

El reciente nombramiento de la primera dama ha puesto en evidencia la poca democracia interna que existe en el nacionalismo, el cual antes que a un movimiento político se acerca más a un clan familiar. 

Quien revise el estatuto de Gana Perú puede darse cuenta de que era esperable que el señor Humala no tuviese problema para ungir como presidenta del partido a su esposa. Y es que el líder del nacionalismo tiene facultades estatutarias enormes que le permiten controlar la organización prácticamente a su antojo, así como eliminar a cualquier potencial competidor que amenace su liderazgo. Por ejemplo, tiene la prerrogativa de revocar cualquier nombramiento en los órganos internos de la organización siempre que considere que “es lo mejor para el partido”. Asimismo, tiene la potestad de llevar los “afiliados invitados” que desee a la Asamblea General, que es el máximo órgano partidario y que, eventualmente, elige al líder del nacionalismo y nombra a todos los candidatos de Gana Perú. Finalmente, tiene el poder de interpretar, dirimir y resolver de manera definitiva cualquier cuestión relativa a la interpretación del estatuto partidario.

Ahora, el nacionalismo es solo un ejemplo de cómo los movimientos políticos peruanos tienden a estar organizados internamente de formas muy poco democráticas. En efecto, la mayoría de estas instituciones han sido diseñadas para que el poder lo tenga asegurado. Y muchas de ellas lo logran de manera mucho menos sutil que Gana Perú, al punto que los máximos dirigentes de estas organizaciones terminan pareciéndose más a reyes o a señores feudales que a presidentes partidarios elegidos democráticamente. 

Este es, por ejemplo, el caso de Alianza para el Progreso. Su estatuto establece que la presidencia se ejercerá de manera vitalicia por el ingeniero , quien tiene en su poder las principales atribuciones ejecutivas de la organización, así como la facultad de nombrar a varias de sus más altas autoridades. Algo similar sucede con Restauración Nacional, cuyo estatuto indica que el señor es presidente vitalicio e incluso “el símbolo de cohesión del partido”. En tanto, el estatuto de Perú Posible establece expresamente que el señor es el presidente de la organización y que ejerce este cargo de manera indefinida. Solidaridad Nacional, asimismo, menciona explícitamente en su estatuto que el presidente de la institución es el señor .

Por otro lado, en ciertos partidos el poder no se ha consolidado formalmente en un individuo o clan familiar, pero sí es concentrado de facto. En los casos del Apra y del fujimorismo, por ejemplo, el estatuto no establece superpoderes en favor de sus presidentes ni crea posiciones vitalicias para individuos concretos. Pero, por supuesto, nadie que viva en el Perú puede razonablemente creer que Alan García o la familia Fujimori no tienen el dominio prácticamente absoluto de sus partidos políticos.

De esta forma, en casi ninguno de los partidos más importantes de nuestro país los miembros eligen de forma realmente libre y competitiva al líder de la organización. Y, así, enfrentamos la paradoja de que esperamos que la democracia funcione bien cuando esta es manejada por instituciones que, en su interior, no funcionan democráticamente sino más bien como pequeñas monarquías.

Ahora, nada de esto es ilegal, pues los partidos tienen autonomía en la regulación de sus estatutos. Pero es difícil esperar que los partidos funcionen mejor bajo estos esquemas. Primero, como no hay competencia dentro de ellos, no existe el incentivo para que sus autoridades se sientan controladas, fiscalizadas y respondan ante las bases por su gestión. Además, es difícil para los partidos atraer a militantes más capaces y preparados, pues este tipo de personas saben que resultaría muy difícil escalar en la organización, ya que se trata de instituciones caudillistas. Finalmente, cuando un partido depende de una persona o una familia, pierde la visión de largo plazo que sí tiene cualquier institución diseñada para sobrevivir a sus fundadores.

Se necesita una reforma que cambie el statu quo. Es muy difícil que lidere una democracia moderna quien está acostumbrado a portarse cual monarca dentro de su partido.