El fiscal supremo Víctor Raúl Rodríguez Monteza, en una imagen de archivo.
El fiscal supremo Víctor Raúl Rodríguez Monteza, en una imagen de archivo.
Editorial El Comercio

¿Sabía usted que la célebre investigación de los , que provocó una reforma constitucional que liquidó el Consejo Nacional de la Magistratura (CNM), que expuso a una organización enquistada en las esferas más altas de la judicatura y que le colocó rostros a los alarmantes indicadores de corrupción del sistema de justicia peruano, estuvo a punto de quedar sepultada antes de ver la luz por la felonía de un funcionario?

Algunos días atrás, el fiscal supremo Pablo Sánchez envió a la flamante Junta Nacional de Justicia (JNJ) las conclusiones de una investigación realizada con la fiscal Rocío Sánchez sobre el también fiscal supremo . Según estas, Rodríguez Monteza habría sido el que alertó a la presunta organización criminal Los Cuellos Blancos del Puerto de que algunos de sus integrantes se encontraban en el radar de la fiscalía. Para entender cómo ocurrió esto es necesario retrotraernos casi dos años.

Según el último domingo, Rodríguez Monteza se enteró en mayo del 2018 de que la fiscalía había registrado algunas llamadas del ahora expresidente de la Corte Superior del primer puerto Walter Ríos. ¿Cómo lo hizo? La explicación es bastante sencilla. Rodríguez Monteza era el fiscal encargado de la Oficina de Control Interno del Ministerio Público. En esta condición, la fiscal a cargo de la Oficina Desconcentrada de Control Interno del Callao, Eliana Iberico Hidalgo, estaba obligada a notificarle de que existía una pesquisa que involucraba a Ríos, quien, por su alto cargo, solo podía ser investigado por un fiscal supremo.

En lugar de guardar la reserva del caso y de apuntalar las indagaciones, Rodríguez Monteza habría hecho todo lo contrario: avisó a José Rodríguez Tineo sobre la existencia de las escuchas, quien, a su vez, le trasladó la información a su hermano, el entonces titular del Poder Judicial (PJ), Duberlí Rodríguez Tineo, quien habría puesto sobre aviso a otro juez supremo, César Hinostroza Pariachi, y este último habría hecho lo propio con Ríos. Una cadena, en fin, bastante rauda que habría servido para que los investigados tomaran algunas acciones de ‘contingencia’. Así, por un lado, Ríos y sus interlocutores habrían comenzado a moderar su lenguaje en sus llamadas como una estratagema para despistar a sus investigadores, mientras que Rodríguez Monteza habría sopesado la forma de enterrar todas las grabaciones apelando a un formalismo.

Todo esto explicaría por qué, entonces, una vez que la prensa difundió las primeras escuchas en julio del 2018 y el terremoto en la judicatura se desató, Rodríguez Monteza se apresuró a enviarle a IDL-Reporteros y a “Panorama” para exigirles que en “tres días y bajo apercibimiento de remitirse copias por delito de desobediencia a la autoridad” entregasen “el íntegro de los audios sin editar” que habían publicado, y señalasen, además, quién les había facilitado el material. Un último e infeliz intento por hacer control de daños.

Cierto es que el papel de informante que habría desempeñado Rodríguez Monteza en beneficio de la presunta organización criminal no es nuevo; se sabe, por lo menos, desde setiembre pasado, cuando el fiscal Pablo Sánchez resolvió y cuatro exconsejeros del CNM. Lo novedoso ahora es que el caso ha pasado a la cancha de la JNJ, el mismo organismo que hace unos días abrió proceso en contra de los otros dos integrantes de la Junta de Fiscales Supremos vinculados con Los Cuellos Blancos del Puerto: Pedro Chávarry y Tomás Gálvez Villegas.

En otras palabras, la JNJ tiene en sus manos la oportunidad de corregir el blindaje que sistemáticamente operó el Congreso anterior removiendo a los tres miembros de la Junta de Fiscales Supremos sobre los que pesan gravísimas denuncias de corrupción y obstaculización a la justicia. Esto, por supuesto, no solo por el prestigio propio, sino también por el de la otra Junta, esa que es medular para que los hechos de corrupción que conocemos los peruanos hoy no terminen en el desguace.