(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Editorial El Comercio

El abatido ánimo político de hoy contrasta notablemente con la buena situación económica de los últimos meses, incluso con el riesgo de hacerla pasar desapercibida. Así, en lo que va del año, la inversión privada ha tenido un desempeño que superó las expectativas de meses pasados, algunos sectores claves como construcción han tomado nuevo impulso, y el mercado de empleo formal vuelve a crecer a tasas aceptables.

Una consecuencia positiva de este remozado dinamismo económico es el alza de la recaudación fiscal. Entre abril y junio de este año, los ingresos tributarios netos han crecido a tasas reales por encima del 20%, en línea con significativos incrementos en la recaudación del Impuesto a la Renta de segunda categoría, de IGV y de regularizaciones.

A pesar de que la presión tributaria como porcentaje del PBI permanece en niveles relativamente bajos, de acuerdo con estimados del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF), este año se alcanzarían poco más de S/100.000 millones en ingresos tributarios del Gobierno Central. En términos nominales, se trata del monto más alto de la historia del país.

¿Cómo se gastan estas cifras récord de recaudación? Vale la pena señalar que mientras los ingresos han subido, los gastos se habrían incrementado aun más rápido. Así, las proyecciones apuntan a que en el 2018 el déficit fiscal estaría entre los tres más altos de los últimos 18 años.

El gasto en personal y obligaciones sociales del Estado, por ejemplo, subió en casi 18% en apenas dos años. A ese ritmo de expansión, este rubro de gasto –que representa nada menos que 25% del presupuesto público– se duplicaría en menos de 10 años. Por su parte, la inversión pública también ha tomado velocidad: en los primeros seis meses del año, su crecimiento con respecto al mismo período del 2017 es de casi 20%.

Aun cuando un incremento del gasto público no es necesariamente negativo –un servicio civil meritocrático y de calidad, por ejemplo, requiere remuneraciones competitivas–, preocupa la sostenibilidad fiscal al actual ritmo de expansión de las planillas, compras y planes de inversión de ministerios, gobiernos subnacionales y otras entidades públicas. La mayor recaudación de estos meses ayudará a mejorar las cifras anuales de la brecha fiscal, pero aun así será insuficiente para cubrir el creciente presupuesto.

Quizá más grave aun, la calidad de gasto tiene mucho espacio para mejorar. Gastar más pero dentro de lo prudente no está mal; gastar en elefantes blancos, en puestos públicos redundantes o en obras de poco impacto sin los candados adecuados para evitar dispendio y corrupción, sí. Hoy, el grueso del presupuesto de inversión pública en gobiernos locales, por ejemplo, se atomiza y se usa en pequeños proyectos fáciles de planear y ejecutar, pero con poco efecto real en la calidad de los servicios públicos que reciben los ciudadanos.

La incipiente recuperación económica y su impacto positivo en la recaudación ponen en relieve nuevamente la importancia de usar apropiadamente los recursos adicionales que entran a las arcas públicas. El Estado ha dado pasos para mejorar la eficiencia de su gasto a lo largo de los años –la implementación del presupuesto por resultados y de Invierte.pe, por ejemplo, va en esta dirección–, pero todo apunta a que el trabajo recién comienza, sobre todo en lo que se refiere al gasto de gobiernos locales. Un buen manejo fiscal, finalmente, debe reconocer también que, así como existen ciclos económicos de vacas gordas, lo opuesto no suele tardar en llegar. Si no podemos ordenarnos durante los buenos tiempos, será mucho más difícil hacerlo durante los malos.