(Foto: Reuters)
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Editorial El Comercio

En las dos últimas semanas los peruanos hemos contemplado cómo se agitaba un escenario político que, al menos luego de la vacancia de Pedro Pablo Kuczynski, parecía sostenerse en una relativa quietud. Como se sabe, la situación tomó un rumbo impensado hasta hace algunos meses cuando, en el mensaje por Fiestas Patrias, el presidente Martín Vizcarra planteó un referéndum que cayó como baldazo de agua fría al Parlamento. Ello, luego de que se destapara el nivel de corrupción existente entre ciertos jueces, fiscales, congresistas y empresarios que terminó por liquidar la ya poca legitimidad que tenía nuestro sistema político y judicial.

En política, y especialmente en un contexto en el que la bancada mayoritaria en el Congreso no es la oficialista, es quizás inevitable que existan pugnas por proyectar una imagen de fuerza en momentos de crisis. No obstante, si algo hemos confirmado en las semanas pasadas es que, aunque en grados distintos, el ‘liderazgo’ que han tratado de exhibir tanto el presidente Vizcarra como la lideresa de Fuerza Popular, Keiko Fujimori, no es uno buscado a través de propuestas serias y reflexionadas.

Decíamos que esto se ve en diferentes grados porque, en el caso del presidente, tenemos que al menos hubo propuestas, algunas de ellas muy positivas y necesarias, como la reforma judicial. El problema es que en otras quedó el sinsabor de que, más que lograr cambios positivos, de lo que se trataba era de asestar un golpe al Congreso. Ya hemos criticado en ese sentido propuestas como la no reelección de congresistas, sobre cuya inutilidad expertos coinciden. No es, después de todo, descabellado exigir del presidente de la República reformas bien estructuradas.

Ahora bien, planteado este escenario uno esperaría que la cabeza de la bancada mayoritaria del Congreso, la señora Fujimori, saliera a explicarnos por qué creía que las propuestas del presidente Vizcarra eran perfectibles, y señalarnos así el rumbo que su bancada seguiría para enmendarlas. Es decir, ella tuvo la oportunidad para demostrar que puede aportar sesudamente al desarrollo del país en un momento de crisis. Pero no lo hizo; lanzó un mensaje en el que tildó de ‘populista’ a Martín Vizcarra trazando una línea falaz entre los problemas urgentes y los importantes, y no arrojó una sola idea para debatir con las del Ejecutivo. Ni tampoco, dicho sea de paso, indicó un rumbo para los problemas urgentes que tanto mencionó. Más aun, días después, en algo que a todas luces se vio como una estrategia digitada para mellar al presidente, empezó a destapar un abanico de reuniones entre Fuerza Popular y el presidente Vizcarra.

No es, por lo demás, que en nuestro país falten problemas sobre los que tomar el liderazgo. La propia señora Fujimori mencionó algunos en su mensaje, como las heladas. Estas cada año generan muertes y daños materiales en las regiones de la sierra centro y sur, pero hasta ahora solo han sido atendidas por medidas puntuales como la declaración de estados de emergencia en las zonas afectadas y un plan multisectorial que no provee soluciones permanentes de largo plazo.

Y no olvidemos la plétora de dificultades que aún quedan por resolver. La reforma laboral, por ejemplo, ha sido abordada numerosas veces de manera tímida por anteriores gobiernos, pero estos intentos solo han fracasado. Este reto va de la mano con la reducción de la informalidad y con la reactivación de la economía.

Lo cierto es que la pelea entre el Ejecutivo y el Legislativo no es una de ideas. De lo que parece tratarse la cuestión es de quién ejerce el mayor liderazgo espartano, de choque, que no se basa en generar un debate sobre el rumbo que debe tomar el país, sino en tratar de descalificar al rival, de dejarlo en ‘offside’ ante la ciudadanía. Al enfocar las discusiones políticas en el vapuleo al rival, las propuestas –que muchas veces no son más que municiones más en medio de la batalla– terminan siendo mediocres, confeccionadas con premura y sin reflexión, meros gestos para la tribuna.